Si el joven Salulo guardaba las túnicas de los que apedreaban a Esteban, al volverse una persona mayor se convirtió en perseguidor de los que seguían “el nuevo Camino”. Respirando amenazas de muerte, se dirigía a Damasco, para llevar presos a Jerusalén a algunos cristianos, quienes hasta aquel momento eran judíos que seguían ese nuevo Camino. En Jerusalén los entregaría al Sanedrín, para que los juzgara. Algo antes de Damasco el Señor le tocó el corazón, con aquellas palabras: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El Señor le dijo que entrara en la ciudad, y allí le envió a Ananías para que le confortara y le llenara de esperanza, pues a Ananías le dijo que en adelante Saulo tenía que trabajar con toda el alma por la causa cristiana.
Saulo se quedó algunos días en Damasco, y llegó a exhortar a los hermanos en la celebración sinagogal, manifestando que Jesús era el Mesías esperado, el Hijo de Dios. Tan convencido estaba de lo que decía, que muchos judíos andaban detrás de él para matarle. Incluso algunos vigilaban las puertas de la ciudad, con la intención de prenderlo y que no se les escapara. Sin embargo los discípulos le descolgaron de noche del muro de la ciudad, por una espuerta.
Los cristianos de Jerusalén, conscientes de su condición de perseguidor, le tenían miedo, pues podía estar aparentando otra cosa distinta de lo que era. Sin embargo el chipriota Bernabé, cristiano muy reconocido en la Iglesia de Jerusalén, lo presentó a los Apóstoles, y les hizo ver cómo Saulo se había convertido yendo de camino hacia Damasco.
José Fernández Lago