El espíritu misionero de Pablo, no le permitía quedarse quieto. Una vez que percibió que los otros apóstoles, en el Concilio de Jerusalén, habían asentido con ellos en que no era necesaria la Ley de Moisés para ser cristiano, quiso continuar evangelizando. Se dispuso a iniciar su 2º viaje, saliendo en esta ocasión, como en el primero, de Antioquía de Siria; pero ahora, sin dirigirse a Chipre, se fue directamente a Asia Menor. Se describe su viaje en el libro de los Hechos, desde el capítulo 15, 40 hasta el 18, 22.
Le acompaña en este viaje Silas (llamado en alguna ocasión Silvano); y, a partir de Lystra, Timoteo. La duración de este viaje será desde el año 50 al 52. Atravesaron en primer lugar la Frigia y Galacia, y, aunque desde Misia pensaron en dirigirse a Bitinia, consideraron que el Espíritu Santo no lo quería así, por lo que se dirigieron a Tróade. En Tróade tiene Pablo una visión: un macedonio le pide que vaya a ayudarles. Viendo Pablo que esa llamada era una invitación del Espíritu Santo a hacerlo, se dirigirá a Macedonia, con lo cual comenzaba la evangelización de Europa.
Llegan a Filipos, Pablo consigue que el Espíritu abra el corazón de Lidia, que se hace amiga de los apóstoles. Después, por expulsar el demonio de una adivina, Pablo y Silas son encarcelados. Un providencial terremoto, hizo que el carcelero los encontrara a ellos solos en la cárcel, y entonces los llevó a su casa y se bautizó él con toda su familia. Ese viaje continúa, y los apóstoles, anunciando la Buena Nueva, consiguen que los destinatarios rebosen de paz y alegría en el Espíritu Santo.
José Fernández Lago