Una cosa es no hacernos a la idea y otra no darnos cuenta. Pero, poco a poco va quedando claro que vivimos en una especie de selva. Lo dice hasta el nombre de los tanques “de moda” para el sucio juego de la guerra: “Leopardos”. Hace tiempo que los primeros 20 minutos del telediario hay que verlos con el paraguas abierto y el corazón a mil por hora. Violencia. Guerra. Alza de precios… Hace falta algo de calor humano ante tanta crisis.
En un mundo en el que ni siquiera los sacristanes están a salvo y en el que se divulga más una sotana del cura baloncestista que la del cura por vocación, llega la hora de recuperar el cariño verdadero. Esta semana se jubilaba una doctora. Una paciente suya se la encontró de forma casual. Al enterarse de la noticia, no pudo dominar la emoción. Esta vez, la galena encontró un remedio más allá de toda ciencia o palabra: un abrazo reparador.
Hace unos días, cuando en Lalín detectaban las primeras bránqueas en los “porquiños” del cocido (tanta era la lluvia entonces…), una joven mozambiqueña vagaba por Santiago sin hogar, sin más refugio que el sagrario de una iglesia. Una colaboradora de Cáritas acogió a esta alma aficana y le propuso estrenarse como Rey Baltasar de una cabalgata. Aquí también hubo abrazo. Sincero. Dignidad recuperada de un modo exquisito.
Manuel Ángel Blanco