Diario de un peregrino: Botellón

Querido diario: en mi andadura he encontrado varios grupos de “botellón” esta semana. Ya están asentados. A un chico le advertí que evacuaba aguas menores hacia la columna de un puente románico; con sonrisa de placidez me indicó silencio: “ssshhh: lleva ginebra; desinfecta”. Una joven con un vaso de enjuague dental entre manos añadió en la penumbra: “llevamos mucho tiempo encerrados, ¿sabes? A lo que alguien añadió desde una ventana próxima: “aún había que encerraros más…”

Otro parecía “proveedor”; cargaba una bolsa atiborrada. Me acompañó durante un tramo de Camino: “está todo carísimo; la única manera de divertirnos algo es así”, sostuvo con educación y escuela de “filósofo”. Bajo una farola, di fuego a unas muchachas; se me ocurrió preguntar qué opinaban sus padres: “no los aguanto; aquí, sí me escuchan”. “Al menos os dan dan algo de paga para los gastos de esa noche”, añadí.  Después de un “yaaa” de rendición, se giraron y siguieron su charla.

Presencié cómo calmaban a un chaval agresivo, sujetándolo entre varios colegas “made in gimnasio”; al tiempo, una chica se alejaba de él escoltada por sus jóvenes “valkirias”. En otra esquina de la plaza un policía “recetaba” algo en su Tablet. “No sé por qué la gente necesita meterse algo, sr. Agente”, le ruego tenga a bien revisar la ordenanza municipal…” Desde el interior de la unidad móvil el otro guardia tiraba de retranca: “no se la juegue, Romerales, que alguno de estos no tarda en salir concejal…”

Desencantados. ¡Qué pena! Y no encontramos alternativa que conecte con esta buena gente. ¿Qué hicimos mal? “Cuando llegues a Santiago dale un abrazo de mi parte al Apóstol, tío… yo soy mucho del karma y Santiago es colega…” Esa es otra, la del diálogo con su “cultura”.

Manuel Á. Blanco