Diario de un peregrino: El valor de una Misa

El Camino se ha quedado más solitario. El otoño ha comenzado a cabalgar hacia el invierno, interrumpiendo sólo su andadura para saludar a otro corcel: el del “veranillo” de San Martín. Hoy traigo a consideración en mi peregrinar el valor de una Misa. Tras hacer fortuna en las “indias” americanas, el filántropo gallego Manuel Piñeiro Pose testó a favor del Hospital Municipal un céntrico edificio de A Coruña para “fines benéficos”.

Litigios aparte (entre el Ayuntamiento, que desea el inmueble, y los albaceas, que velan por el cumplimiento verdadero de la voluntad del donante) cabe destacar que Piñeiro Pose dispuso parte de las rentas derivadas de esa propiedad para cuidar su tumba y para aplicar Misas por su alma, la de su esposa y demás familiares. Como cristianos de hoy sólo recordamos que “París bien vale una Misa”, pero perdemos perspectiva.

En cada Eucaristía Dios sigue vivo. Jesucristo allí presente nos une a Él como Hermano Mayor, encantado de repartir con nosotros los méritos de su sacrificio salvador. Jesús alaba al Buen Padre Dios y le da gracias; mejor que nadie. Repara, si le dejamos, al amor que escondemos y despreciamos. Nos llena del Espíritu Santo capaz de transformar un trozo de barro inteligente en mucho más… Al ofrecerlo la Iglesia, familia adoptiva de Cristo, lo hace disponible a todos.

Ya voy tocando materia de Año Santo: reparación de mis pecados; conversión de vida; esperanza para la humanidad; la alegría de vivir agradeciendo. La Misa es Jubileo cada día.

Manuel Á. Blanco