Diario de un peregrino: la alarma

Durante la revisión periódica de una centralita de alarma en la Iglesia, una pieza que no funcionaba. El sacristán y el técnico eran muy responsables y hubieron de trabajar codo con codo para subsanar la avería. Eso les dio la oportunidad de congeniar. “¡Qué lata!, ¿verdad?” aseveró el sacristán. “Dios sabrá por qué sucede así, ¿no le parece?”, respondió el técnico. “Hombre, me alegra que hable de Dios, porque yo también soy de su gremio”.

Lo que fallaba en la alarma, se producía entre los dos: una buena conexión. El técnico explicó que era muy creyente, miembro de una iglesia evangélica. “Dígame, ¿por qué aquí le resulta tan difícil a la gente abrirle el corazón al Señor?” El sacristán, admirando su fe, le respondió: “Ojalá tuviera la respuesta. Usted es de Venezuela y allí son vds más fervorosos; aquí ya no”. Una señora que volvía de encender su vela asentía emocionada.

Terminada la reparación, sacristán y técnico quedaron en volver a verse. A ambos les había animado mucho la fe del otro. Mientras, un padre inscribía a su hijo para la catequesis aseverando: “Yo por la iglesia no me caso…” Una señora “remexía” el bolso con estruendo durante un Bautizo, en busca de una monedita… Un ateo traía la documentación notarial para poner al día sus nichos del cementerio… Sin duda, la alarma se dispara…

Manuel Á. Blanco