El modo en que Luis Enrique conduce a la selección española de fútbol en el mundial de Qatar ha traído una pequeña reflexión sobre el liderazgo. Dicen que él da la cara y aguanta la presión de cuantos piden cuentas a ese grupo mientras los jugadores se dedican a trabajar, según un buen espíritu de equipo. Muchos se preguntaban dónde está el liderazgo actual de la Iglesia. Tal vez centrarlo todo en los obispos simplificaría demasiado la “pizarra”.
El líder de la Iglesia por antonomasia no debiera ser otro que Cristo. A partir de ahí, cada uno tiene su función. Es verdad que el “puesto” del Papa y de los obispos se asemeja un tanto al de “entrenador”, pero el que la “Barca de Pedro” tenga o no relevancia, el que su actuación trascienda para presentar al mundo los valores del Evangelio, es cosa de todos los cristianos: cada familia, cada profesión, cada pueblo, conforman su terreno de juego.
El papa Wojtyla se asomó al Bernabéu en 1982, “incendiando” a las masas, que respondían entusiasmadas con aquel interminable: “¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo!”. Quizá se echa de menos este escenario favorable, un “jugar en casa”. Pero Jesús no quiso eso. Podría haberse quedado visiblemente y tenernos a su lado de pasmarotes. En cambio, encarga a los suyos liderar: sirviendo, amando, sufriendo. ¡Cómo arriesga!