Diario de un peregrino: macrogranjas

Querido diario:

En mi ruta voy dejando a un lado bastantes explotaciones agrarias. Por fortuna. El Camino, al menos por donde pasa, ha impedido el vaciamiento de la población rural. No me extraña que todos quieran encontrar, al menos, un trocito de baldosa con pedigrí que pueda demostrar la existencia de Vía Jacobea en su localidad. Pensando en Macrogranjas, ecología o bienestar animal, veo un signo profético para la Iglesia…

La Iglesia de Jesucristo no debe reducirse a una sociedad impersonal que funcione como maquinaria eficaz,  eludiendo el trato personal con sus miembros. Más que gestionar, ella acompaña. Eso no quiere decir que deba carecer de toda estructura y que, cual casa de “tóqueme roque”, haya de funcionar sin normas ni como “coladera” de caprichos: “venga, hombre, vamos a hacer la vista gorda…” Hacer las cosas bien se llama respeto.

Esto viene a cuento de que ya no es tiempo de bautizar, confirmar, casar o enterrar, en “piloto automático”: porque la familia ha hecho siempre así; o porque lo manda la abuela y si se enfada, no heredamos; ni porque “mi hijo decide él”; ni tampoco: “yo contrato el sacramento a mi manera, con mis condiciones”. Sabiendo en qué consiste el regalo de la fe, utilícese, compártase, celébrese. Como “ganadería”, entonces no. Evítese ir a la Iglesia coaccionados o coaccionando. Ella es madre; ni “colegui”, ni despótica, ni burra. Puede que se halle un tanto “vaciada” de personas pero no de valores. Sin ellos, los que se autodenominan “civilizados” desfallecerían de hambre.

La Iglesia fue creada familiar, no “macrogranja” de estabular, dar pienso, explotar y numerar. Por eso ofrece formación a sus fieles y éstos, cuando la asumen con coherencia, son más libres, mejores… distintos.

Manuel Á. Blanco