La pasada noche, tras una etapa bajo la lluvia, participé en una Adoración al Santísimo organizada por un grupo de jóvenes. Salí con unos años menos encima del alma. Al terminar, tomando algo, un gaditano nos hizo reír con una expresión de su tierra: ¡‘pisha’! Con ella, las gentes de Cádiz se refieren a alguien cuyo nombre no recuerdan o no conocen. Su origen “onomatopeico”, remite al “psss”, “psss” que se canturrea cuando no hay grifos cerca y la micción no llega. Se usa como apelativo cariñosos para el amigo, el compadre, el colega; enfatizando; exaltando.
Esta buena gente del sur denomina a su ciudad “la tacita de plata”, albergó las Cortes de la Constitución y, con el mejor arte del mundo, se ríe de sí misma y de cualquiera en su Carnaval. Entonces, pensaba un servidor, ¿qué ha pasado para que un humor así, de leyenda, se pase a movilizaciones y a piquetes? Luego me di cuenta de que se están fraguando un montón de protestas en otros campos. Creo que todo el mundo se siente algo aplastado.
No creo que la violencia conduzca a nada. Pero la reacción es necesaria. El letargo de nuestra sociedad, anestesiada con la broma fácil y las promesas vacías de este mundo tienen una limitada caducidad. Luego están la familia, los amigos, la vida diaria, las pequeñas alegrías, llegar a fin de mes, los problemas cotidianos… Después de la etapa del Camino, la Adoración y las “apostólicas risas” con el gaditano, salí decidido a movilizarme contra la mediocridad. Igual que en una partida de tute: mientras alguien canta las 40 y las 20 en bastos, se escucha la voz del que gana al dominó: “cierro a doses y me quedo con la blanca”. Su compañero de partida le pide una sana revancha: “Ea, Pisha, tú mueveh la fisha, cohó…”
Manuel Á. Blanco