Nazaria no tiene filtros. Como gallega de Ourense debiera ser una experta en el “eslalon gigante” de la retranca, pero usa mejor el “salto de trampolín” por sus genes castellanos. Convierte los rumores en palabras “a la cara” de los interesados, sin tapujos, pensando en su bien. Aprendió en el Carnaval de Cádiz a reírse, “con nivel”, de sus propios defectos y a desmitificar cualquier otro asunto después. La gente adora su autenticidad.
Dicen que le falta un hervor, pero ¡quién le diera a muchos su fino sentido común! Nazaria dice que el dinero no lo arregla todo. Por eso cuando se reclaman mejores presupuestos para sanidad, educación, vivienda, seguridad, transportes, etc., ella echa un “bueno, carallo, bueno” y reivindica que “si no se arreglan primero los corazones, de nada valen los cuartos”. Sin pócimas mágicas para sobrevivir, bebió de la marmita del amor más diáfano.
Las entrañas maternales de Nazaria se conmueven con el juicio del Alvia, el aniversario del Villa de Pitanxo, los niños huérfanos o los damnificados por los terremotos. La “nave espacial Demencia” ha despegado con ella a bordo, tal vez sin retorno. En la fila para el DNI, Nazaria se dio cuenta de atendía un policía vecino suyo, muy apreciado. Pensó en darle algún detalle. Cuando llegó su turno, le espetó: “teño huevos”. Sin trastienda.
Manuel Á. Blanco