Diario de un peregrino: protestas

Querido diario:

A mi paso por el Camino, destacan la Iglesias: numerosas, como signo evidente de que Dios acompaña al peregrino; pétreas, cual centinelas fieles; revolucionarias, porque albergan el mensaje vivo de la conversión. Vinculados a las parroquias existen los sacerdotes. Me gusta que se hable de ellos, aunque sea “bien”. Que se les exija decir la verdad porque esto ya no se pide a un discurso político, por ejemplo… y por desgracia. Sigamos.

Me encanta que se le requiera educación al sacerdote y buenas maneras, ahora que la sociedad no consigue que sus “vástagos” den las gracias o los buenos días. Qué interesante cuando unos feligreses pretenden imponer sus propias costumbres al sacerdote, por raras y ajenas a la fe que parezcan; porque los bancos, las eléctricas, las telefónicas u otras empresas dictan normas que se cumplen “sí”, o “sí” y el diálogo a veces es con máquinas. Al final, la Iglesia va a ser el único reducto de libertad donde, incluso los que no van a Misa, opinan sin restricción sobre las celebraciones del sacerdote y firman su destitución. ¿Lograrán así constituirse en sindicato y recibir ayudas? Ahora hay muchas subvenciones que se conceden gracias a la superabundancia de los impuestos de todos.

La Iglesia y el sacerdote, dicen, deben comparecer ante las cámaras y los Medios para dar la cara, dialogar en público, someterse al jurado popular y discutir sin inhibiciones; lógico: porque existen programas “rosa” y de “violencia verbal” que son el culmen informativo y un modelo cultural para el progreso de un país. Estamos en una época, además, en la que se pactan las preguntas para no incordiar a los “jefes”. Un sacerdote debe pagar el agua, la luz, los trámites, la música, o la limpieza de las fincas con su propio pecunio; porque ahora se confía más en los fondos europeos que en la colaboración de todos los feligreses para cuidar un patrimonio común.  Todo es de todos si le corresponde a la Iglesia. El resto tiene un claro e intocable patrón. Me gusta que a un sacerdote se le pida humildad porque ahora ya nadie pide perdón ni usa el sacramento de la reconciliación.

El sacerdote no es mejor ni peor que nadie, pero es precioso que se le intuya una misión sagrada a la que sirve y se le inste a la ejemplaridad. Esa que cuesta tanto encontrar en cualquier otro ámbito. ¡Hermano sacerdote!, deja al pueblo que descargue en ti la ira acumulada, la  impotencia o la desorientación. Recibe mis pecados. Eres mi fiel desaguadero.

Manuel Á. Blanco