? Diario de un peregrino: sin complejos a Belén

Una amiga me recuerda siempre la cantidad de complejos que tenemos los cristianos. Cuenta que una vez fue con el coro de su parroquia a cantar en la Misa de la tele y que le sorprendió cuánta gente la había visto: “zapineando un poco, di contigo”; “estaba viendo la Misa con mi madre, enfermiña, y te vi”; “me dijo mi prima que salías y encendí”. “¡Mentira!” Se queja ella irritada. “¡Les cuesta un mundo reconocer que son espectadores!”

Dice que llevamos años acomplejados. Se nota a la hora de votar; de opinar en un café; al hablar de temas tabú como el aborto, la eutanasia, la educación de los hijos; al buscar relaciones sociales de abolengo o en el modo de emplear el tiempo de ocio… Con la fe aún peor. Importa demasiado el quedar bien. Los “descarados”, “pillos” e interesados comen las fichas de los prudentes Y lo peor: la verdad de las cosas se arrincona, no se comparte.

La Navidad nació para vivirla sin complejos. Seguro que por eso en el cielo pensaron en un Niño. Por ese descaro e inocencia que tienen los pequeños. Ellos logran sacarnos los colores, dejando en evidencia lo complicados que somos, eligiendo el camino más sencillo. Bendecir la mesa de Nochebuena, poner un Belén en el escaparate de la empresa o teatralizar el Nacimiento con los nietos cuesta mucho. Pero ¡qué valiente testimonio!

Manuel Á. Blanco