Se define la violencia como el uso intencional de la fuerza o el abuso de poder para dominar a alguien o imponer algo. Fuerza, dominio, imposición… unos conceptos de fondo que asustan. ¿Y el diálogo? ¿Y la convivencia? Hoy la sociedad parece más crispada que nunca. Los que piensan distinto se escuchan menos entre sí; se consideran atacados y no interpelados; recibiendo contaminación y no aportaciones; con mal humor…
Desde siempre, las personas se han encomendado al sentido común. Éste detectaba principios universales asumibles por todos, encajando y amparando a las minorías. Cierto día, una de esas minorías decidió rebelarse, gritar, manifestarse, amenazar y, peor aún, imponer sus reglas. Su lucha dialéctica les llevó a romper con el pasado, la autoridad y hasta con la propia conciencia. Apenas encontraron resistencia. Y espantaron a los pequeños.
En ese desconcierto, unos cuantos, más proselitistas que el mismísimo Jesús, convirtieron sus credos en ley obligatoria; ocultaron sus miserias destapando las ajenas; silenciaron disidentes; sembraron mentiras; dificultaron e impidieron el acceso a una voz alternativa… Sin apenas disparos ni bofetadas. ¿Regresaría una etapa más burda, primitiva y esclava de la historia? Sólo el buen Mesías sabe que la fractura está en el corazón.
Manuel Á. Blanco