Dios con nosotros como salvador

El Señor, por medio del profeta Isaías, le sugiere a Acaz, rey de Judá, que le pida a Dios una señal de cercanía benévola al pueblo. De ese modo alejará de su mente el aliarse con Asiria para luchar contra Siria e Israel. Acaz no se atreve, por miedo a tentar de ese modo a Dios. Entonces el profeta manifiesta que el propio Dios le daba la señal: una moza virgen engendraría un hijo, al que debía llamar “Emmanuel”, que significa “con nosotros Dios”. De ese modo Acaz debería quedar tranquilo y no hacer la guerra.

San Pablo, escribiendo a los Romanos, se refiere a Cristo bajo una doble condición: como humano, descendiente de David; y, por obra del Espíritu Santo, Hijo de Dios, resucitado y poderoso frente a la muerte. Por Cristo tiene San Pablo una misión: la de hacer que los provenientes del paganismo respondan a la fe, para gloria de Dios. De ese modo, los romanos, llamados a la fe, forman parte del pueblo santo.

El Evangelio muestra a la Virgen encinta. José no puede conciliar el sueño, pero un ángel del Señor le abre los ojos y le hace ver que el niño que había concebido era obra del Espíritu Santo. Le indica que debe ponerle de nombre Jesús (=Yahvé salva), pues él salvaría a su pueblo de los pecados. De este modo, con ese nacimiento, se cumple la profecía de Isaías, y el “Emmanuel” se hace realidad al nacer Jesús y recibir todos la ayuda benéfica de Dios, que salva a su pueblo.

José Fernández Lago