Dios convoca a las naciones

El Señor envía unos elegidos del pueblo a proclamar la palabra del Señor a los destinatarios de la misma. Procedían en este caso, según el libro del profeta Isaías, de diversas naciones de la tierra. Muchos de ellos responderán, y se unirán los dispersos de Israel. Así, entre ellos y los que habían permanecido en la tierra prometida, ofrecerán al Señor una ofrenda pura en su santo templo. El Señor llamará de entre ellos a algunos, para ser sacerdotes y levitas, que sirvan al altar.

El Señor nos enseña, en este caso a través de la Carta a los Hebreos, que Él corrige al ser humano creyente como un padre corrige a su hijo.  De ese modo, orienta a las personas por el camino del bien. Con sus enseñanzas, el hombre sometido al pecado caminará por las sendas del bien, de modo que logre la curación de todos sus males.

Le preguntan a Jesús si son pocos los que alcanzan la salvación. El Señor responde que deben animarse a entrar por la puerta estrecha, ya que hay gente que opta por la puerta ancha,  y muchos de ellos se pierden. Habrá algunos que, sintiéndose de casa, llamarán a la puerta de la vida, y que serán echados a las tinieblas, manifestando que no los conocen. Al obtener aquella respuesta, envidiarán a muchos que llegaron de Oriente y Occidente, para participar en el banquete del Reino de Dios, con Abraham, Isaac, Jacob y los profetas, mientras que muchos de ellos eran rechazados. Así se cumplió el dicho de que algunos de los últimos tendrían un lugar principal, mientras que los llamados en primer lugar serían rechazados.

José Fernández Lago