Dios da vida a los muertos

El profeta Ezequiel se dirige a los de su nación que se hallaban desterrados en Babilonia. Les dice que son débiles hasta el punto de asemejarse a los sepulcros, que no tienen acceso a una vida digna. Sin embargo el Señor les hará salir de sus sepulcros y les conducirá a su tierra: les enviará su Espíritu y vivirán. Durante el reinado de Ciro el Persa, podrán volver a su tierra, para honrar a Dios allí. Esos acontecimientos vienen a ser como un paradigma de la vida: somos limitados; pero con la ayuda del Señor, el Espíritu de Dios hará maravillas en nosotros, y viviremos.

En el texto de la Carta a los Romanos que hemos proclamado en segundo lugar, San Pablo contrapone la carne al espíritu, y nos manda vivir en el Espíritu, y no secundar las obras de la carne. Si, como consecuencia del Bautismo, Cristo está en ellos, su cuerpo estará muerto por el pecado, pero vivirá para la justicia. Si el Espíritu de Jesús habita en ellos, el que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales, como obra del Espíritu que habita en ellos.

Hoy hemos proclamado en el Evangelio la lectura de la resurrección de Lázaro. Hasta hace algunos años ese texto se leía siempre en este 5º domingo de Cuaresma: por eso todavía hoy suele denominarse este día como “Domingo de Lázaro”. El hermano de Marta y María hacía cuatro días que se había muerto, y ya no dudaba nadie que su hálito de vida había desaparecido. Su hermana Marta esperaba su resurrección, pero en el momento final, cuando resucitaran los justos. Jesús, al ser él la luz del mundo, quiso que volviera a vivir. Haciéndolo así, sus discípulos tendrían más fe en las obras de Dios; incluso Marta podría ver “la gloria de Dios”, al contemplar vivo a su hermano; y muchos de los presentes quizás llegaran a creer que el Padre había enviado a Jesús. Jesús manda a Lázaro que salga del sepulcro. Estaba atado con lienzos; pero le desatan y le dejan caminar. Al verlo, muchos creyeron en Jesús.

José Fernández Lago