Domingo II del Tiempo Ordinario

En los días anteriores, hemos tenido como lecturas los mismos pasajes del libro de Samuel. No obstante, la Palabra siempre guarda alguna novedad, bien porque al releerla y meditarla observamos matices nuevos, bien porque nuestra atención es más consciente.

Hoy descubrimos cómo para reconocer la llamada de Dios hace falta un proceso de discernimiento. En el caso de Samuel, el sacerdote no cayó en la cuenta de que era Dios quien llamaba al pequeño hasta la tercera vez.

Los discípulos de Juan emprendieron el camino detrás de Jesús para averiguar quién era Él en verdad, y el Maestro les dejó ir con Él para que vieran. Es después de ver cuando  acontece el seguimiento. Así le pasó al ciego de Jericó, que cuando Jesús le devolvió la vista, se dispuso a seguirlo de cerca.

Una referencia esencial para descubrir si uno sigue su propio deseo o la llamada del Señor se encuentra en el grado de obediencia y de expropiación que supone el seguimiento de esa llamada. El salmista pone en nuestros labios la oración más adecuada: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Samuel es prototipo de respuesta. Y los dos discípulos del Bautista nos enseñan la actitud que debiéramos tener siempre, la actitud de búsqueda.

En la segunda lectura, el apóstol Pablo por siete veces alude al cuerpo Esta reiteración es muy significativa porque el mensaje se centra en la recomendación insistente de valorarnos como realidad sagrada. Quien observa la enseñanza del apóstol, actúa a la manera de Samuel, deponiendo el propio gusto para hacer el querer de Dios.

Cuestiones

¿Has escuchado en tu interior la llamada de Dios para algo concreto?

¿Estás en actitud de búsqueda?

Ángel Moreno Buenafuente