Don Julián preside la bendición de la Madre Almudena como nueva abadesa del Monasterio de Benedictinas de San Paio de Antealtares

El arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, presidió este viernes la Eucaristía en la que se bendijo a la Madre Almudena como nueva abadesa del monasterio de benedictinas de San Paio de Antealtares, servicio en el que sustituye a la madre María Blanca. En su homilía, el arzobispo recordó a San Benito, de quien dijo que representaba la parábola del hombre que descubre un tesoro escondido: “Hoy ese campo, Madre Almudena, es también la Comunidad a la que has sido llamada a servir como Abadesa”. Monseñor Barrio aludió, además, a Santa Escolástica “guía y clave para interpretar la melodía espiritual de vuestra consagración monástica” y agradeció a la comunidad benedictina su respuesta a la vocación: “¡Cómo no agradeceros que en la historia hayáis afirmado con vuestra espiritualidad la transcendencia y la esperanza para un futuro siempre nuevo!”.

Además, en alusión a las lecturas propias de la fiesta de la Transfiguración, don Julián comentó que los apóstoles presentes en esa manifestación de la gloria divina “no debían hacer de la fe un refugio consolador ni convertir la oración en un remanso intimista” y añadió que “el Señor les invita a bajar a la llanura donde a veces se respira con dificultad para construir la ciudad de Dios en medio de la de los hombres, asumiendo los duros trabajos del Evangelio”.

En ese sentido, el arzobispo explicó que “nuestra vida de creyentes discurre en la prueba; el dolor nos acompaña; el horizonte de la promesa de la fe a veces parece lejano. Aparentemente nada parece cambiar”, pero indicó también que “el final del camino de la cruz, difícil de entender, es la resurrección. En la prueba de fe brilla el evangelio de la transfiguración como garantía cierta de victoria”.

Monseñor Barrio pidió, igualmente, revitalizar “el humanismo cristiano que dé sentido pleno a la vida del hombre, que, acosado por la sed de Dios, busca la montaña del espíritu en medio del desierto de la inmanencia. No olvidemos que dependemos de Cristo. El fruto no está nunca en nuestras manos aunque hemos recibido del Señor todo porque nos ha hecho comprender qué significa amar. El cristianismo es el gran acontecimiento que nace de un encuentro con Cristo y suscita nuestro testimonio, siendo conscientes de ser amados sin haber hecho nada para merecerlo”.