Josué transmite palabras de Dios a un pueblo que había soportado el oprobio en Egipto. Él, que les había ofrecido el maná a lo largo del camino por el desierto, les hace entrar ahora en la Tierra Prometida, una tierra que “mana leche y miel”. De ese modo, celebran la Pascua en las cercanías de Jericó y lo hacen utilizando ya los frutos del país. De ese modo podrán alabar al Señor, que no abandona a los que creen en Él, y que les hace disfrutar de unos bienes que ellos no habían trabajado. Así percibirán que los bienes de la tierra los da Dios.
San Pablo muestra el sentido de la existencia cristiana. Se trata de una vida “en Cristo”. Ya que Cristo es el “hombre nuevo”, el cristiana debe vivir “en novedad de vida”, pues lo viejo ha pasado, y ha comenzado lo nuevo. La obra fundamental de esa nueva situación se debe a Dios, que nos reconcilió por medio de Jesucristo, involucrándose de lleno en su obra salvadora. Aquellos a los que Él ha salvado, nos ha encargado el mensaje de la reconciliación. De ahí que, en nombre de Cristo, nos pida el Apóstol que nos reconciliemos con Dios. El Padre ha cargado a Cristo con todo nuestro pecado, de modo que, gracias a él, nos volviéramos nosotros justicia de Dios.
El evangelio según San Lucas nos ofrece hoy una de las tres parábolas de la misericordia que ofrece juntas. Es la parábola del Hijo Pródigo. Justifica de ese modo el frecuentar las compañías de publicanos y pecadores. Un hijo reclama la parte de su herencia y se va de casa. Vive perdidamente y malgasta así su dinero. A continuación trabaja en una granja de cerdos. Pasa hambre, y decide volver a casa y pedirle perdón a su padre. Lo hace, y el padre lo acoge con los brazos abiertos. De inmediato prepara una fiesta. Llega su hermano del trabajo en el campo, y no soporta el que el padre se vuelque hacia un hijo tan malo. El padre le recuerda que es su hermano, y que también él debería alegrarse, por haberle recuperado, cuando ya se había muerto.
José Fernández Lago