Peter Tabichi no responsabiliza a nadie en especial de las hambrunas y otras desgracias que le suceden al pueblo de Kenia donde da clase. Prefiere trabajar más y hablar menos. Con semejante filosofía, este franciscano keniata acaba de ganar el premio al mejor maestro del mundo. Porque la vida resulta penosa para aquellos a quienes rodea la pobreza, la droga, la violencia, etc. Pero existe una tristeza mayor: no darse por amor.
¡Un gran tipo el Hijo Pródigo! Logra verbalizar lo que le sucede. Se enfrenta a su propia miseria de egoísmo y libertinaje. Reconoce su culpa sin “echar balones fuera”. Y en su arrepentimiento, regresa a quien le quiere bien. Aunque imperfecto siempre, ya nunca volverá a ser el mismo. Comprender y superar una emoción conlleva ponerla en palabras; para definirla; para dimensionarla; para ordenarla en la estantería del alma.
El trastorno por estrés postraumático de quienes sobreviven a una catástrofe provoca en muchos casos el “síndrome del superviviente”: el bien de haber sobrevivido se transforma en un auténtico tormento. Se sienten culpables, sin respuesta: “¿y por qué me salvé yo y no él o ella?”. Aconsejan contar lo sucedido; a familiares, amigos o a un facultativo. Reemplazar esas dudas con el perdón. Retomar rutinas y ayudar a otros.
Tal vez los beneficios de una buena confesión tienen la misma raíz. Esconder problemas traumatiza: aboca a rayar coches y romper retrovisores a bastonazo limpio. Como mínimo.
Manuel Ángel Blanco
(Cope, 29 de marzo 2019)