El hombre que entrena para ser mejor persona

  • Cáritas le ha enseñado a acoger a quien lo necesita, a desarrollar su empatía y a asumir con entereza los golpes

Gelis, la mujer de Paco Fernández, asegura que veía más a su marido cuando estaba en activo que ahora. Desde que pasó a la reserva, el marino se ha metido tan a fondo en su agenda de cosas que hay que hacer / que puede hacer / que quiere hacer para Cáritas, que ha llegado un momento en el que ha tenido que echar mano de su disciplina militar, meterse a sí mismo en cintura, y fijar por norma unas horas a la semana para atender a sus cosas. Afortunadamente para él, la autodisciplina es su fuerte. Y es que Paco Fernández es un hombre que ha cultivado su carácter, que la cincelado los rasgos más duros de su personalidad y que se ha empeñado en cuidar con mimo su capacidad de empatía y solidaridad.

«Yo de joven era un bruto, pero me fui domando poco a poco», dice. En la Marina adquirió ese temple que ahora lo acompaña allá donde va. «Estuve destinado en el País Vasco y con el Frente Polisario, y eso te enseña a aprender a controlarte», relata. Con semejante historial, podríamos imaginar que, cuando fue destinado a Vilagarcía hace 31 años, Paco dio saltos de alegría. Pero no. «Yo me quería ir de aquí enseguida. Eran tiempos muy duros». El narcotráfico comenzaba su cabalgada y no parecía haber quien le pusiese freno. Y al mismo tiempo, el consumo de droga se expandía como el aceite por las calles, dejando un reguero de enfermedad y muerte y tristeza.

Paco, acostumbrado por su oficio a trabajar con gente joven, no soportaba reencontrarse «en la alameda, frente a la Comandancia», a chavales a los que había tutelado cuando hacían la mili y que habían acabado cayendo en la peor de todas las tentaciones. «Venían a diario a pedirme algo de dinero, siempre con mucha educación», recuerda. Un día alguien le habló de la existencia del comedor de Cáritas. «Y a partir de entonces los empecé a mandar allí. Ellos me decían que no querían ir ‘con los de la droga’. Era una excusa, porque ellos estaban igual. Lo que pasa es que querían el dinero para la dosis», recuerda con la voz cargada de pesar.

Fue poco tiempo después cuando, a través del periódico, descubrió Paco que Cáritas necesitaba voluntarios para el comedor. «Vine y me apunté», dice. Estamos charlando sentados en ese especio solidario y de puertas abiertas que se encuentra frente a la plaza de la Constitución. En la pared, un cuadro de Estanga loa la ayuda que desde este rincón se ofrece a quienes la necesitan. Por Cáritas pasa gente acuciada por las mismas necesidades, pero con mochilas llenas de historias diferentes. Desde los nuevos pobres, parejas que pese a trabajar uno de sus integrantes no logran llegar a fin de mes sin un poco de ayuda, hasta los transeúntes que empujan su vida de aquí para allá, sin destino ni esperanzas.

«La calle es lo peor de lo peor»

Entró en el comedor como voluntario y ahora Paco es el rostro y la voz de Cáritas en la comarca. Conoce al dedillo todos los proyectos en los que está embarcada la oenegé, y no puede ocultar el orgullo que siente por iniciativas como el comedor sobre ruedas, que lleva a casa de los ancianos la comida de cada día. «Llevarles los platos es la excusa. Lo importante es que les llevamos compañía», señala. Una pequeña dosis de humanidad contra la soledad, ese monstruo invisible que nos acecha a todos, pero más a quienes viven en la calle. Para la gente sin hogar, su única compañía suele ser alguna enfermedad que les consume el cuerpo y les absorbe el alma. Los tiempos críticos del Sida parecen haber quedado atrás, pero al comedor de Cáritas siguen llegando «personas enfermas a las que sabemos que vamos a tener que ayudar de por vida». Algunos fallecen. «La muerte es lo que más me afecta», dice Paco. Relata que, para aprender a gestionar ese dolor inmenso ha recibido formación en Cáritas. Y es que, lo advertimos al principio, este hombre no ha escatimado esfuerzos para prepararse como ser humano. El resultado salta a la vista: una sonrisa afable, un tono de voz suave pero firme, un respetuoso trato de usted y un empeño inagotable por mejorar la vida de quienes le rodean. También, una buena dosis de entereza para asumir aquello que decía Sabina: que no hay ser humano que le eche una mano a quien no se quiere dejar ayudar. Eso duele cuando conoces a las personas por su nombre.

Un gesto extraordinario

Y en la calle, muchos se acostumbran a malvivir día tras día, a hablar gritando, a emponzoñarse la sangre cada vez que es posible. «Cuando conseguimos que alguno se recupere sientes una alegría enorme, pero sin perder de vista que es muy fácil volver a caer», relata. Para ellos, para los que se han rendido, Cáritas sirve cada día dos platos de comida caliente y nutritiva. Una legión de voluntarios -«¡Qué voluntarios tenemos; estoy muy orgulloso de ellos, todo lo que pueda decir es poco!»- vencen prejuicios y estereotipos y se dedican a hacer eso tan extraordinario que es ayudar al prójimo. Paco está al frente de este ejército sin esperar nada a cambio. Aunque basta un «gracias» salido con esfuerzo entre unos labios cortados por el frío para que todo tenga sentido.

«La verdad es que no cocino nunca»

La cocina no figura entre las muchas cosas a las que Paco dedica su tiempo. Así que, en vez de cocinarnos un plato, nos lleva al comedor social. «A los usuarios siempre les digo que este sitio es suyo, que lo cuiden», relata un hombre que no tiene problema en «ponerme el delantal y servir la comida». Prepararla, ya saben, es otro cantar.

Fuente: Rosa Estévez | La Voz de Galicia
Foto: Martina Miser