Creemos que Dios está presente en todo lugar y que «los ojos del Señor están vigilando en todas partes a buenos y malos»; pero esto debemos creerlo especialmente sin la menor vacilación cuando estamos en el oficio divino. Por tanto, tengamos siempre presente lo que dice el profeta: «Servid al Señor con temor»; y también: «Cantadle salmos sabiamente», y: «En presencia de los ángeles te alabaré». Meditemos, pues, con qué actitud debemos estar en la presencia de la divinidad y de sus ángeles, y salmodiemos de tal manera, que nuestro pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca.
(REGLA de san BENITO capítulo XIX: Nuestra actitud durante la salmodia)
8:00-8:30: canto de Laudes
La hora de la aurora, de la luz que vence las tinieblas, la Hora de la Resurrección. Cantamos al Sol “que nace de lo alto” (Lc 1, 78), Cristo, nuestro Señor.
Estas “alabanzas” (eso significa la palabra “laudes” en latín) están dirigidas y ordenadas a santificar la mañana. San Basilio, un Padre de la Iglesia, nos lo explica así: “Al comenzar el día oramos para que los primeros impulsos de la mente y del corazón sean para Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna [ni del móvil, añado yo] antes de habernos llenado de gozo con el pensamiento en Dios, según está escrito: “Me acordé del Señor y me llené de gozo” (Sal 76, 4), ni empleemos nuestro cuerpo en el trabajo antes de poner por obra lo que fue dicho: “por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, me acerco y te miro” (Sal. 5, 4-5).
Estas alabanzas son también una ascesis, un entrenamiento, pues no todos los días estamos igual de jubilosas, o penitentes si toca un salmo como el 50… Pero lo importante, no es eso, sino que prestamos nuestra voz a la Voz de la Iglesia, Esposa amada del Señor, a quien se une para hacer resonar en esta tierra el canto perenne que se canta en la morada celestial.
San Benito nos da un consejo: “Que vuestra mente concuerde con vuestra voz” (RB 19). Fijaos, no es decir lo que uno piensa (lo cual está bien), sino configurar nuestro pensamiento a la Palabra que pronuncian nuestros labios… y ahí la cosa cambia… ¿Os dejáis transformar por la Palabra? ¿Vuestras pensamientos, palabras y acciones se van pareciendo a los de Jesús? El espejo es la Palabra…