San Máximo demuestra que el hombre encuentra su unidad, su integración, la totalidad en sí mismo, pero superándose a sí mismo, saliendo de sí mismo. De este modo, en Cristo, al salir de sí mismo, el hombre se encuentra a sí mismo en Dios, en el Hijo de Dios.” (Benedicto XVI, Sobre Máximo el Confesor)
Si Tú, Señor, te has hecho hombre, y por este misterio de tu Encarnación, lo humano se diviniza, ¿podríamos pensar que al hacerte presente en el pan y en el vino, toda la creación se convierte en sacramento?
Si por tu Encarnación el hombre recupera la semejanza divina que el Creador quiso imprimirle, de tal manera que cuanto hagamos al prójimo a ti te lo hacemos, ¿puedo interpretar que por haberte entregado en el pan y en el vino, la creación recupera también la bondad primera, ante la que se admiró el Hacedor de todo?
Si acojo en cada huésped tu presencia no idolatro ni mitifico a la persona, sino que por el contrario, la trato como Tú deseas. Tú te has hecho humano, y desde este misterio nos has elevado a todos los descendientes de Adán a la dignidad de ser mediación de tu presencia y persona, y a comprendernos imagen tuya.
Con el mismo argumento, si Tú te has hecho cosa, y desde la Cena Santa te has querido entregar en el pan partido y en el cáliz bendecido, ¿la creación entera adquiere por este misterio de la Eucaristía el destello de lo sagrado?
Desde tu opción de hacerte alimento, ya no es indiferente tratar la creación, sino que el sacramento de tu presencia en la materia reclama respetar todo lo creado, pues si quien acoge a un niño, te acoge a ti, que te has hecho Niño, lo que hagamos a las cosas creadas, ¿te alcanza también a ti?
El salmista entonó: “¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” Y los jóvenes de Babilonia dieron voz de alabanza a todas las criaturas. Desde estas referencias, comprendo mi vocación sagrada de hacer que todos los seres entonen el himno que exprese la identidad esencial de todo lo creado.
Al igual que desde tu Encarnación comprendo la semejanza que tiene el ser humano contigo, Primogénito de los hombres, desde tu opción de entregarte a nosotros en el pan y en el vino, fruto de la tierra y del trabajo del labrador, comprendo que a todo lo creado lo define la bondad, pues en ello se contiene tu donación amorosa.
Es fascinante el trato de amistad con una persona que nos atrae, y aun en la esquiva, pues en cada rostro te haces presente, y has querido incluir, para facilitar nuestro encuentro contigo, que te podamos tratar también bajo las especies de pan y de vino, materia amasada entrañablemente por manos artesanas de padre y de madre de familias.
Si el Creador se complace en su obra, hasta el extremo de reconocer la bondad que reside en cada ser, si cuando un joven se dirigió a ti llamándote: “Maestro bueno” le respondiste “bueno solo es Dios”; si Dios, al principio, proclamó que todo es bueno, ¿dónde radica el motivo de tu advertencia? ¿Acaso en restringir el tratamiento dirigido solo a ti, porque bueno es Dios, y porque bueno es todo lo que Él ha creado?
Quizá solo la fe permite sentir el abrazo de tanta bondad del universo. Gracias al don de Sabiduría podemos sumergirnos en la mirada divina sobre la realidad, y sentir en el aliento de vida la respiración divina, y en lo más pequeño, el rastro del destello del Creador, al admirar hermosura que envuelve la naturaleza, la belleza del corazón humano y la presencia invisible en cada cosa de quien lo sostiene todo.
Ante esta contemplación, surge la invitación del salmista: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Y porque su misericordia nos alcanza gracias a la entrega del Creador en sus criaturas, gracias a Jesucristo que no solo se hizo hombre en las entrañas de María, sino que se quedó para siempre entre nosotros hecho alimento.
Ahora comprendo mejor la bendición que los creyentes hacemos antes de comer. En ella debiéramos recordar no solo la provisión providente que nos dispensa el Creador, sino también el momento, en clave sacerdotal, de reconocer en el sustento de cada día la referencia al Pan Santo, a la Bebida de salvación, a la Eucaristía.
“El Señor es mi Pastor, en verdes praderas me hace repostar. Prepara una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos, y mi copa rebosa”
Ángel Moreno Buenafuente