Le avisaron a mediodía. Un compañero sacerdote le comunicó que un feligrés suyo, ingresado en la planta de pneumología del hospital, había solicitado al Capellán para recibir la Comunión. En realidad, la localización del paciente había variado: se encontraba en “infecciosos”. Esa sección incluye enfermos de coronavirus y de otras dolencias. Dada la “protección de datos”, no se especifica el tipo de enfermedad de cada ingresado. El protocolo de seguridad es idéntico.
Preparándose para entrar, con el equipo adecuado, la enfermera le planteó la posibilidad de que él mismo le llevase la comida; ellas agradecían que les ahorrasen poner uno más de esos trajes especiales. El capellán entró en el habitáculo. El enfermo estaba consciente y agradeció con sencillez aquella presencia alentadora. Tras un breve examen de conciencia, se confesó, recibió la Unción de Enfermos y la bendición apostólica. Ambos, sacerdote y paciente, pudieron conversar un breve momento, pues la cantidad de trabajo del personal médico y de enfermería, no permite dialogar más allá de lo estrictamente profesional. Tampoco tenía teléfono con el que comunicarse con el exterior.
Estos días recibimos noticias de familias que no pueden acompañarse mutuamente, dado el cariz contagioso del virus, ni en los momentos más crudos y decisivos. Por eso la presencia cercana de la Iglesia se revaloriza.