Homilía de mons. Barrio el Domingo de Ramos

A veces nos preguntamos ¿quién soy yo y qué puedo esperar de Dios?, o ¿quién es Dios y que puedo esperar de Él? La respuesta la encontramos en este relato conmovedor y estremecedor de la Pasión de Cristo. Dios nos ama hasta enviar a su Hijo que dio su vida en la cruz para salvarnos. ¡En medio de nuestra fragilidad y de nuestro pecado Dios que es Amor, no nos ha abandonado!

Hoy recordamos que Jesús entra en Jerusalén como el Siervo dispuesto a cumplir la misión confiada por Dios Padre. Vemos cómo lo aclaman los niños con espontaneidad y sencillez. Palmas de triunfo y anuncio de la pasión de Cristo que  “siendo inocente se entregó a la muerte por los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales”. La Semana santa comienza con la entrada triunfal y termina con el triunfo de la Vida.

Hemos cantado: ¡Hosanna al Hijo de David!, o lo que es lo mismo: ¡Sálvanos, Señor!, y acabamos de escuchar ahora en el relato de la Pasión: ¡Crucifícale! Nos cuesta entenderlo pero es la travesía que hay que realizar para llegar a la gloria de la resurrección. Por eso contemplemos a Jesús humilde para escuchar a Dios, obediente para cumplir su voluntad, confiado ante las penalidades, humillado y exaltado. La gente sencilla le acogió, percibiendo en Él al Salvador que en la cruz toma sobre sí el mal, el pecado del mundo, el de todos nosotros, y lo lava con su sangre, por amor al Padre. En Jesús vemos al  hombre herido por el mal que se manifiesta en las guerras, las violencias, la corrupción, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. En él encontramos el ejemplo del siervo fiel siempre dispuesto a sufrir por evitar el sufrir a los demás y manifestarnos el amor de Dios.

Nuestro camino es el de Cristo. Es verdad que podemos escoger un camino cómodo, bajando hasta lo vulgar y  hundiéndonos en la mentira y la deshonestidad, la violencia y el egoísmo. Pero Él nos guía hacia lo que es grande y puro; hacia la vida según la verdad; hacia la valentía que no se deja intimidar por las opiniones dominantes; hacia la paciencia que sostiene a quien necesita de nosotros; hacia la disponibilidad a prestar ayuda a quienes sufren; hacia la bondad que no se deja desarmar ni siquiera por la ingratitud. Jesús no se apegó a su condición divina, se humilló y se hizo obediente hasta una muerte de cruz.

Son muchas las personas y los lugares que hacen realidad lo que vivió Jesús en sus últimos días entre nosotros. La lista de quienes sufren es larga. La pasión de Cristo, “el gran paciente del dolor humano”, nos ayuda a reconocer a la humanidad probada en medio de tanto sinsentido y de tantas agresiones a la dignidad humana.  El Hijo de Dios sigue sufriendo cuando no acompañamos al que sufre, cuando acusamos injustamente a los que denuncian nuestra pasividad y conformismo, cuando no defendemos la causa de la justicia por miedo a las consecuencias que pueda traernos, cuando nos inhibimos ante la defensa de la verdad, cuando miramos a otro lado distinto de donde están los descartados de nuestra sociedad, cuando nos confiamos a nuestra autosuficiencia. A veces, nos es cómodo decir: “¡No conozco a ese Jesús de quien habláis!”, o venderle por algo  insignificante.

Interpretemos nuestra vida como una historia de amor que tiene su origen y que tendrá su término en un Dios Padre que tanto nos amó que envió a su Hijo para salvarnos. Ante este misterio podremos proclamar: “Hosanna”, es decir, “Sálvanos, Señor”. Vivamos la Semana Santa como seguidores de Jesús y no como meros espectadores. Que el Señor nos ayude a abrir la puerta de nuestro corazón, para que pueda entrar en nosotros y a través de nosotros transformar nuestra sociedad conforme al plan de Dios en el que todas las paradojas humanas quedan resueltas. ¡Estrenemos la novedad de este Domingo de Ramos! Amén.

 

Foto: @SSantaSantiago