Ayer figuraba en el calendario litúrgico la fiesta de los santos Cirilo, monje, y Metodio, obispo, grandes evangelizadores de Europa y como tal patronos de ella. Sería oportuno fijarnos en su quehacer pastoral, tan actual para nuestros días. Pero la atención se fijó en san Valentín, buscando resaltar el amor humano. Pero hemos de reconocer que, en la práctica, esta memoria se ha convertido en una ocasión más para el consumismo, distorsionando los valores más hondos. Si nos fijamos en la publicidad o en los escaparates, vemos que lo que se nos recuerda es que hay que regalarle algo al ser querido. Da la impresión de que el amor se reduce así a un día concreto del año y a la donación de un objeto que sólo cuesta dinero.
Recuerdo que hace ya años, el famoso cantante (José Luis Perales) compuso una canción sobre el amor humano basándose en la inigualable definición de san Pablo en Corintios 13. En aquel momento confesó que el texto había sido un descubrimiento reciente y que le había impactado su hondura. El apóstol Pablo nos dice que el amor es el camino más excelente que se puede tomar en la vida. Tan grande que no hay nada superior a él. Es paciente, no tiene envidia ni presume, no es egoísta ni se irrita, se olvida siempre del mal, se entristece con la injusticia y goza con la verdad. Lo cree todo, por eso lo excusa y lo soporta todo sin perder jamás la esperanza. Frente a la moda de considerar que el amor dura hasta que se acaba, san Pablo defiende que el amor no pasa nunca. Es más, antes se acabará el mundo.
El amor así visto es una realidad que hay que alimentar todos los días, que crece y madura con la pareja. No se aman del mismo modo los novios que comienzan ilusionados un camino en común y sin apenas conocerse, que un matrimonio adulto o uno anciano. Lo fundamental es que prevalezca la opción exclusiva del esposo por la esposa y la de ésta por el esposo. Esto hay que decírselo a los jóvenes, comentándoles que lo esencial en las bodas no son el banquete, el vestido de la novia, las flores y las fotos aunque es necesario, bueno y humano que la grandeza del amor se festeje externamente con gran alegría. Si reducimos el amor a un ropaje externo de apariencias, lo estaremos diluyendo. Hay que recordar que el verdadero amor es entrega de uno mismo al ser amado. Y eso exige renunciar con gozo a todo lo que no sea el bien del otro.