Intervención de Mons. Barrio en la Cope: 16 de marzo de 2018

 

En estos días nos hemos sentido golpeados en nuestros sentimientos por la muerte trágica del pequeño Gabriel. Ante tanta desolación lo que surgía en nosotros era preguntarnos el por qué. Desde la fe sabemos que Cristo no vino a suprimir el sufrimiento, ni a darle una explicación, vino para compartirlo y darle sentido con su presencia porque “El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores”. No nos protege de todo sufrimiento pero nos acompaña en todo sufrimiento.

Cuando vamos a entrar litúrgicamente en la semana de Pasión recordamos aquellas palabras del profeta Isaías sobre el misterio del mal y de la muerte. El profeta tras constatar que al Hijo del Hombre, el siervo de Yavé, se lo habrían de llevar “sin defensa, sin justicia”, escribía: “Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos”.

Es bueno recordar que Cristo, asumió voluntariamente todo el horror y el abismo de la maldad y del pecado del hombre y que se hizo víctima con el pequeño, con el humilde, con el inocente, hasta el punto de que donde sufre un ser humano, en él y con él sufre Cristo. ¡Miremos a su cruz! Sin esta bendita cruz sería difícil convencer al hombre del amor de Dios. Los que se ven afectados por cualquier clase de sufrimiento y de dolor, los que se ven agobiados por los reveses de la vida, aquellos para quienes las lágrimas son su pan noche y día…, todos encontramos en la cruz de Cristo una fuerza que actúa en nosotros, nos da ánimo y alienta nuestra esperanza. El mal con sus efectos se presenta como una riada que se desborda por todas las partes y va sembrando desolación, convirtiendo el mundo en el escenario del egoísmo, del orgullo, de la crueldad y de la muerte. Pero Cristo, muriendo en la cruz y resucitando, ha vencido al pecado y a la muerte, librándonos de la tiranía del mal que no tiene la última palabra.

Recemos por los niños y por los jóvenes, por sus padres y familias, por los seminaristas, de manera especial en el Día del Seminario. Estos, llamados a ser “apóstoles para los jóvenes”, han de llevar el mensaje de que el amor se impondrá al egoísmo y de que la vida vencerá a la muerte, porque “el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes”.