En la vida hay períodos en que nos toca la fragilidad propia o de nuestro entorno. Por eso son importantes las palabras que ha dirigido el Papa a los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica cuando la comisión le presentó un análisis sobre La enfermedad y el sufrimiento en la Biblia.
Este trabajo busca difundir en la sociedad que, a diferencia del pensamiento moderno, para el cristiano, con la Biblia como base, la enfermedad y la finitud no se consideran una pérdida, un no-valor, una molestia que debe ser minimizada, contrarrestada y cancelada a toda costa.
Y el Papa lo expresa así “la forma en la que vivimos el dolor nos habla de nuestra posibilidad de amar y de dejarse amar, de nuestra capacidad de dar sentido a las vicisitudes de la existencia a la luz de la caridad y de nuestra disponibilidad a acoger el límite como ocasiones de crecimiento y de redención (…) Finalmente, un último aspecto de la experiencia de la enfermedad que quisiera subrayar es que ésta nos enseña a vivir la solidaridad humana y cristiana, según el estilo de Dios que es cercanía, compasión y ternura.”
Efectivamente, la enfermedad nos ofrece una oportunidad de amar desde la fragilidad, pero, nos rodean múltiples fragilidades. En su viaje a Hungría el Papa ha hablado de la fragilidad de la paz, de la fragilidad de las personas migrantes, de la fragilidad de las relaciones entre comunidades diferentes. Y he aquí la propuesta:
“…todos, sin excepción, estamos llamados a esto, a salir de nuestras comodidades y tener la valentía de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.”
Y, tal como hizo San Juan Pablo II al inicio de su pontificado, el Papa nos pide que abramos puertas. Y señala, en concreto, las siguientes “las puertas cerradas de nuestro egoísmo hacia quien camina con nosotros cada día, las puertas cerradas de nuestro individualismo en una sociedad que corre el riesgo de atrofiarse en la soledad; las puertas cerradas de nuestra indiferencia ante quien está sumido en el sufrimiento y en la pobreza; las puertas cerradas al extranjero, al que es diferente, al migrante, al pobre. E incluso las puertas cerradas de nuestras comunidades eclesiales: cerradas entre nosotros, cerradas al mundo, cerradas al que “no está en regla”, cerradas al que anhela al perdón de Dios”
Estos días el Evangelio nos presenta a Cristo como la puerta y el camino, abrir la puerta supone, pues, creer que Él si que puede todo.
María Puy