La Fiesta de las Candelas

Luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel (Lc 2, 32)

La celebración que el pueblo llama la Candelaria, es como un remate de las navidades, las fiestas de la infancia de Jesús. Según la liturgia actual es “fiesta cristológica”:  Presentación del Señor, que inicialmente aflora en Oriente, en la tradición bizantina llamada Hypapanté; es el encuentro de Simeón y Ana con su Salvador en el Templo de Jerusalén. La peregrina Egeria –en el siglo IV– testimonia que ya se celebraba en Jerusalén cuarenta días después de la Epifanía (tengamos en cuenta que aún no había celebraciones navideñas).

Simeón”, y también con el título Purificatio sanctae Mariae. Con las luminarias encendidas, era tenida en la antigua Roma como la más antigua de sus procesiones; iba desde la capilla de San Adrián –en el Foro– hasta la basílica de Santa María la Mayor.

Como “fiesta mariana de la luz”, esta celebración se extendió y popularizó por toda la cristiandad con el resurgimiento de la Virgen de la Candelaria en las Islas Canarias. Según la tradición –alrededor de 1392–, una imagen pequeña de una mujer, en madera, que portaba una vela en la mano derecha y un niño en el regazo izquierdo fue encontrada de un modo enigmático en la isla de Tenerife por dos aborígenes “guanches” que pastoreaban su ganado. Durante mucho tiempo –aunque en su entorno solían ocurrir hechos prodigiosos, al desconocer el cristianismo–, ignoraban a quien hacía referencia tal figura. Fue en 1594, cuando Antón, un joven esclavo que escapaba de sus amos cristianos españoles, llegó a Tenerife, y reconoció en esa imagen “desconocida” a la Virgen María, Nuestra Señora de la Candelaria. Con la llegada del Evangelio arraigó su culto y se extendió por todo el archipiélago. Declarada patrona de las Islas Canarias, desde su Basílica-Santuario, su devoción se propagó por todas partes, especialmente por los países americanos que en numerosos lugares la adoptaron como patrona, rivalizando incluso con las Canarias en realizar profusión de festejos populares en su honor.

“Fiesta de las Candelas”, muy inserta en el pueblo fiel, y que cuenta con un claro fundamento evangélico; lo encontramos en el relato preciso y detallado que hace san Lucas (2, 22-39). El hecho que se relata es doble: Presentación de Jesús y Purificación de María. El lugar donde ocurre este misterio es el Templo de Jerusalén; la data, a los cuarenta días de nacer Jesús; los protagonistas son cinco: Jesús, María y José, y los ancianos Simeón y Ana. En estos se concentra toda la expectación de Israel que aguarda –y viene– al encuentro del Mesías.

María cumple con la Ley, ofrece un sacrificio de purificación propio de una familia pobre: dos tórtolas o dos pichones. El primogénito, que es propiedad de Dios, se le rescata con un precio, una ofrenda. Pero se le presenta –se le ofrece como en sacrificio–, así Jesús es “propiedad” de Dios, ya no pertenece a sus padres

También allí, en una escena profética, protagonizada por Simeón y Ana –que viven metidos en Dios, anhelan al que ha de venir, ya que en Él se posa el Espíritu Santo–, salen al encuentro del Mesías del Señor. El niño Jesús es reconocido por Simeón como el Mesías tan esperado, y es proclamado con un sentido epifánico como: Lumen gentium, ¡Luz de las gentes! Él es la Luz que se revelará a los paganos, la Luz que iluminará a todas las naciones, al tiempo que es “gloria de tu pueblo Israel”. Este himno de Simeón Nunc dimitis, “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz…”, forma parte de la liturgia nocturna de la Iglesia desde los tiempos más primitivos.

Allí también se proclama al Niño como “signo de contradicción”, y dentro de esta profecía de la Cruz, se le dice a María: “A ti una espada de dolor te traspasará el alma”. María conoce que su Hijo trae la misión de ser “Luz de Dios”, pero también percibe que esa misión se realizará en la oscuridad de la Cruz… Será lo que los teólogos enuncien: la teología de la Gloria está inserta en la teología de la Cruz.

Jomigo