Abraham, estando junto a la encina de Mambré (Hebrón), acoge a tres desconocidos que llegan junto a su tienda. Sale a la puerta y los acoge. Les da agua para lavarse los pies y les sugiere que descansen un poco en la encina, mientras él les prepara algo para recuperar fuerzas. Después de algún tiempo, les ofrece una hogaza de pan, y ternero guisado. Ellos comieron a gusto; y, antes de marchar, le anunciaron que su esposa Sara iba a tener un hijo. Era un regalo de Dios, como premio del Señor a Abraham, por su hospitalidad con aquellas tres personas que eran ni más ni menos que el propio Dios.
San Pablo les dice a los Colosenses que él es un ministro de la Iglesia, a quien el Señor encomendó el cometido de anunciarles a ellos, venidos de la gentilidad, un misterio, escondido desde siempre en Dios: que Cristo es para ellos la esperanza de la gloria. El Señor no hace acepción de personas, sino que desea que todos se salven. Así pues, Pablo se esfuerza con gusto por todos ellos, para que lleguen a la madurez en su vida cristiana.
El Evangelio muestra a Jesús en Betania, en casa de Lázaro, Marta y María. Marta lo acoge en casa y se pone a prepararle viandas, para ofrecérselas al Maestro. Por su parte, María goza escuchando a Jesús: tanto, que Marta se queja de que no le ayude. Sin embargo Jesús le dice que no se preocupe de prepararle tantas cosas, y que María no es que se dedique a no hacer nada, sino que está a la escucha de lo que él le enseñe: que ha escogido la parte mejor, y que no se la quitará nadie.
José Fernández Lago