- El templo parroquial carballés ejemplifica lo sucedido con la arquitectura religiosa del entorno rural en esta diócesis
La iglesia parroquial de Cances, en Carballo, ejemplifica lo sucedido con el arquitectura religiosa del rural de esta diócesis: en el XVIII fueron levantados la mayoría de nuestros templos gracias al auge económico y demográfico vivido a principios de esa centuria y, dos siglos más tarde, sufrirían una reforma en su morfología. En Cances, su iglesia fue levantada hacia 1765: «que respecto está para principiarse la obra de esta iglesia parroquial, concede su merced licencia para fijar edictos y que se remate en el mejor postor. Y asimismo manda su merced que el cura amoneste a los feligreses para que concurran a dicha obra con persona, carro y bueyes, como es justo; y si así no lo ejecutaren, que el dicho cura les imponga excomunión mayor con facultad de absolver y dos ducados de multa a cada uno que tuviere carro y bueyes, y uno al que no lo tuviere». La obra hecha constaba de un presbiterio abovedado, sacristía en el lado norte, y una planta rectangular; en alzado, la fachada estaba coronada con una espadaña que tuvo que ser reconstruida en 1822 por la acción de un rayo y, finalmente, todo el conjunto estaba cubierto con un artesonado de madera.
Uno de los deseos más grandes de toda feligresía era contar con una iglesia de planta cruciforme y abovedada; como esto era carísimo y difícil para cualquier fábrica rural, se contentaban con una bóveda en el presbiterio y colocar dos retablos en la central. Sin embargo, en el siglo XX, con la aparición de nuevos materiales y técnicas constructivas, especialmente la popularización del ladrillo y cemento de tipo industrial, facilitaron este sueño. Así, en 1946, se abren dos arcos en los muros colaterales, se construyen sendas capillas y se hace una bóveda tanto en las mismas, en el cuerpo de la iglesia y, finalmente, en la sacristía. Algo parecido sucedió con la iglesia de Entrecruces, construida en torno a la segunda década del XVIII y reformada en 1955, en tiempos del párroco Garea Cotón.
En cuanto al patrimonio mueble, el retablo mayor es de 1788 y emplea como soporte las columnas panzudas, cuyo éntasis está ligeramente pronunciado. La pieza se divide en dos cuerpos y tres calles; en el primero, los fustes de los elementos sustentantes están recorridos por vegetación y, de los de la parte superior, pende una rocalla con paños. Por las semejanzas con el altar mayor de Barizo, especialmente por el Sagrario y Expositor, podemos atribuir la obra a Francisco Rodríguez Gómez, tallista que hizo también los retablos de Oza. Aquí abandonaría el lenguaje de estípite y se pasaría a la columna panzuda, popularizada por Simón Rodríguez. En cuanto a las imágenes, nos hallamos con dos efigies que representan las dos iconografías de san Martín: como obispo (cuerpo superior) y como caballero (cuerpo inferior). Sabemos que en 1757 fue hecha una y, por un recibo del 28 de agosto de 1764, otra; no se especifica cuál es la encargada en cada momento. Ambas son atribuibles a Antonio de Meis, que fue autor de la imagen de la Santísima Trinidad (que el pueblo llama del Espíritu Santo) y que hoy se encuentra en la capilla de san Pedro, consignada en las cuentas de la cofradía en el 1759. En el 1757 se encargan las tallas que representan a san Pedro y san Pablo, colocadas al lado de san Martín obispo (que podría por tanto ser de esta fecha por el parecido); santo Domingo y santa Rosa (que flanquean a la Virgen del Rosario en su retablo colateral) y un angelote, que sostenía una lámpara que alumbraba a esta advocación de la Virgen Santísima. De nuevo, podríamos buscar su origen en el taller de A. de Meis.
En ese año, por las notas del archivo parroquial, parece que se compró otra imagen de san Pedro para su capilla. La última imagen que se encuentra en el presbiterio es la efigie que representa a san José; es deudora de la iconografía del mismo santo que se encuentra en la capilla del Carmen de Arriba, en Santiago, de la segunda mitad del siglo XVIII. En la capilla de la epístola nos encontramos con el retablo del Rosario, que repite las fórmulas del neoclasicismo, y cuya hechura aparece recogida en 1872. En su mesa se sitúan dos imágenes de escaso valor, de los cincuenta del siglo XX, que muestran a santa Lucía y al Sagrado Corazón de Jesús. En la capilla de enfrente, en origen del Espíritu Santo, encontramos un retablo parecido, posiblemente de las mismas fechas que el anterior, presidido por una pequeña imagen de la Virgen del Carmen, barroca, y flanqueada por las imágenes de san Blas, obra de José Rivas, y de san Antonio, cuyo repinte engaña y pone en duda si es obra de Magariños o de José García Vilariño. La policromía actual de todo el patrimonio mueble es de la primera mitad del siglo XX, obra de Jesús Eirís.
Sabemos que existieron en esta parroquia varias capillas. La primera es la de san Sebastián, de la que tenemos datos desde XVII hasta mediados del XVIII. La segunda, dedicada a la Inmaculada Concepción y san Francisco de Asís, había sido fundada en 1778 por Francisco Rodríguez Varela al lado de su casa. Por último, la de san Pedro, había sido mudada en 1752 del lugar de Refoxo a Melros. Durante las obras de reconstrucción de la iglesia, la capilla de san Pedro actuó como parroquial: «Hay otra capilla en los términos de esta parroquia advocación de San Pedro hecha a devoción de los vecinos, sin renta, en ella tienen el Santísimo Sacramento desde que se reedificó a todo la iglesia, se mandó que procesionalmente en un día festivo se llevase el sagrario de la parroquial y que dicha capilla la fayen en todo y la blanqueen». El conjunto se arruinó en un temblor de tierra en 1968, por lo que se levantó la espaciosa capilla actual. Aparte de la imagen del patrón y del Espíritu Santo, se hallan en ella una imagen reciente de la Virgen de Fátima, una imagen de san Roque y otra de san Campio, réplica del cuerpo-santo trasladado a Roma a la parroquia de San Ourente de Entíns, por mediación del cardenal Celada.