La Octava de Pascua

Hoy celebramos el último día de la Octava de Pascua. Desde hace mucho tiempo se denomina “dominica in albis”, pues los catecúmenos que se habían bautizado en la Vigilia Pascual deponían entonces sus blancas túnicas. Desde los tiempos de Juan Pablo II se ha dado en llamar “Domingo de la Misericordia”. La 1ª lectura de la Misa presenta a los discípulos de Jesús reunidos en un mismo lugar de Jerusalén y haciendo signos y prodigios en beneficio del pueblo. Muchas personas se convertían y adherían al Señor. Algunos del lugar o de las aldeas vecinas, les llevaban a sus enfermos, para que San Pedro los curara, y así sucedía.

El vidente Juan escribe desde Patmos, donde estaba desterrado por haber testificado a favor de Cristo con su palabra y con su modo de vivir. Un domingo escuchó a una especie de hombre vestido con hábitos sagrados de fiesta. Sintió mucho miedo, pero vio que ese señor le protegía, mientras le manifestaba esto: Soy el primero y el último, el que estuvo muerto y que vivirá a lo largo de los siglos. Tengo las llaves de la muerte y del abismo. Te comunico lo que va a suceder, para que lo escribas.

Jesús se aparece a diez de sus discípulos, cuando se encontraban encerrados en el Cenáculo. Les ofrece la paz y les transmitió el Espíritu Santo, para que fueran por el mundo adelante y perdonaran los pecados. Tomás, que no estaba presente, no creía que Jesús hubiera podido resucitar, y manifestó que seguiría con esa actitud, si no le veía las llagas. Jesús se les apareció de nuevo, estando Tomás. Le dijo entonces a este que metiera sus dedos en las heridas de sus manos, y su mano en la del costado, y que no fuera incrédulo sino creyente. Tomás le reconoce entonces como su Señor y su Dios. Jesús alaba su respuesta, al haberle visto; pero aprovecha para proclamar dichosos a cuantos, a lo largo de la historia, habían de creer sin haber visto.

José Fernández Lago