La figura del apóstol Santiago está estrechamente vinculada a la monarquía española, como patrono e intercesor de toda la nación y como valedor en las distintas calamidades que a lo largo de los siglos nos han azotado. Por eso, no es de extrañar que -en acción de gracias- el monarca de turno peregrinase personalmente para venerar su sepulcro y brindarle un acto de agradecimiento por los favores que han sido obtenidos de Dios, o bien para ganar las indulgencias del Jubileo.
Por su cercanía con la Catedral compostelana, el archivo del Monasterio de San Pelayo de Antealtares guarda varios cuadernillos donde la religiosa archivera -o la cronista- anotaba con puntualidad el acontecimiento de las visitas reales acaecidas en la ciudad. Aparte de visitar la Catedral, muchas veces la comitiva se dirigía a San Pelayo para saludar a la comunidad. Por ejemplo, en un legajo se da cuenta que “en el Año Santo de 1858 entró en este Monasterio de San Payo S.M. la Reina Doña Isabel II, acompañada de su augusto esposo Don Francisco de Asís, el príncipe Don Alfonso y la princesa Doña Isabel, que vinieron a visitar el santo Apóstol y ganar el santo jubileo, en el día 7 de septiembre entraron en esta ciudad y el día 9 a las seis de la tarde entraron a visitar este monasterio”. Para conmemorar la visita, el catedrático Andrés González Riaza publicó un poema en latín loando las virtudes de los monarcas. En el mismo documento, la archivera aprovechó para recoger el encuentro con las MM. Trinitarias: “En el año de 1871 entraron en esta ciudad el día 14 de abril siete religiosas Trinitarias que iban a fundar un convento de su orden a la Villa de Noya, visitaron la catedral, el hospicio, las huérfanas y todos los conventos de religiosas, se detuvieron aquí solo dos días, y vinieron a visitar esta comunidad, fueron a ver la iglesia y abrazaron a la comunidad”. Finalmente, el memorial del archivo recoge la visita de Alfonso XII a Santiago en 1877, que permaneció en la ciudad ocho días.
Sin embargo, la visita más solemne a Antealtares fue la de la reina Mariana de Neoburgo (1667-1740), esposa de Carlos II luego de la muerte de su anterior cónyuge, María Luisa de Orleáns. Después de casarse por poder en su tierra en 1689, llegó en barco a las costas de La Coruña, desde donde fue trasladada a Santiago para dar gracias al apóstol por llegar sana y salva a España. La portada del documento del archivo de Antealtares dice así: “Descripción de la visita que Su Majestad Doña Mariana de Neoburgo, segunda mujer de Carlos II, hizo en el año 1690 al Monasterio, la acompañó hasta Valladolid el Ilmo. Sr. Monroy, a la sazón Arzobispo de aquella ciudad. En Valladolid se celebró el matrimonio de esta señora con S. M. Don Carlos II y dio la bendición dicho Sr. Arzobispo, como capellán mayor de S.S. M.M.”.
El martes 18 de abril de 1690 entraba Mariana de Neoburgo por las puertas de la iglesia bajo “el costoso palio con que seis religiosas recibieron en los primeros pasos de su fortuna (…) a nuestra Reina y Señora a quien besó con igual rendimiento que satisfacción, la mano de la Señora Abadesa, Doña Mariana de Acuña”. Una vez situada en la iglesia monástica, se entonó un solemne Te Deum; la Reina pasó al coro, donde se había dispuesto un sitial con dosel. Concluido el canto de acción de gracias, el abad de San Martín Pinario, Fray Benito de Losada, cantó la oración conclusiva. Las paredes de la iglesia de San Pelayo se hallaban “vestidas de seda y oro que hacían gustosa oposición en las vistosas diferencias de sus fruteros y costosos dibujos”. Luego de este acto, Mariana de Neoburgo pasó a otro salón, en la intimidad del claustro, adornado también con ricas telas, donde la comunidad le ofreció música y villancicos, también dulces y bebidas para recobrar las fuerzas tras la peregrinación. Antes de partir de Antealtares, y tras pasear por las galerías del claustro, la abadesa y las monjas le ofrecieron “una curiosa imagen de azabache con sagradas reliquias del patriarca San Benito y, en particular, la del glorioso e invencible Alfeo”. Del mismo modo, todos los cortesanos recibieron sus respectivos detalles y obsequios por parte de la comunidad. El día 14 del mes siguiente, en el convento de San Diego de Valladolid, recibió las bendiciones nupciales en compañía de Carlos II, su esposo.
Luis Ángel Bermúdez Fernández