Ayer el Señor transformaba el aliento mortal de Mons. D. Victor B. Maroño Pena para llamarlo a la eternidad. En este momento esta memoria agradecida es recuerdo obsequioso a quien ha sido Vicario General de la Archidiócesis Compostelana durante largos años. Al bordear la orilla del misterio de la vida, desfallece el entendimiento, pero es el afecto el que toma vuelos para estimar en este caso su persona, su quehacer pastoral y su dedicación incondicional entre nosotros.
Fue una persona equipada con la responsabilidad y la autoridad debidas para realizar la misión que se le encomendó. Poseía una rica experiencia humana, espiritual y pastoral, avalada por su preparación intelectual y sus conocimientos que nos llevó a considerarle como memoria de la Diócesis. Pensamiento sólido, palabra precisa tanto hablada como escrita, actitud de diálogo y de búsqueda configuran los rasgos de su personalidad en medio de las inquietudes, las esperanzas y los quebrantos no siempre evitables en el ministerio pastoral.
Uno se acercaba a él con ese respeto que incluía esa cercanía siempre ofrecida por su parte. En estos años en los que le he tenido como Vicario General he percibido que reflejaba en cada una de sus facetas la verdad y la bondad de su ministerio sacerdotal. Su disponibilidad generosa, ajena todo protagonismo estéril, le llevó a actuar con la certeza de San Agustín, el Obispo de Hipona, cuando decía: “Concede el don de lo que mandas y manda lo que quieras”, sabiendo que hay que caminar “entre las turbaciones del mundo y los consuelos de Dios”.
Afirmar lo válido del pasado y asumir lo bueno del presente con la esperanza de un futuro mejor fue el hilo conductor de su actuación ministerial. La prudencia y el realismo, la fidelidad y la exigencia de los nuevos signos, el sentir eclesial y los interrogantes del hombre son las claves que nos ayudan a interpretar los acentos de su ministerio sacerdotal. En la vida normal se bordea siempre el misterio, a veces incluso la vida es absorbida por el mismo misterio, como urdimbre que nos lleva a comprender la existencia como don y tarea.
“No podemos comer el pan de la memoria para que el tiempo no nos ahonde en el olvido”, escribe uno de nuestros poetas. Los que formamos la Iglesia particular compostelana participamos sentidamente del agradecimiento que permanece constante en el tiempo a Mons. D. Victor. En este momento soy consciente de que las mejores palabras son aquellas que acucian los ojos del alma porque “las raíces de las palabras vienen al corazón de las cosas”, y la palabra que mejor refleja este sentimiento es gratitud acompañada de la oración. ¡Descanse en paz!
Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.