Mi Cuerpo

El libro del Génesis presenta al sacerdote Melquisedec, rey de Salem, ofreciendo al Dios Altísimo pan y vino. Al mismo tiempo lo proclamaba bendito, le reconocía como el creador de todo cuanto existía, y le alababa por haber asistido a Abraham en aquella lucha contra los que habían secuestrado a su sobrino Lot.  La presentación del pan y del vino no tendría entonces horizontes muy abiertos; pero, viendo las cosas desde el día de hoy, se comprende que, al hacer otro tanto nuestro Señor Jesucristo, para convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, llevaba a la plenitud lo que Melquisedec había presentado a Dios en figura.

San Pablo refiere a los Corintios, en su 1ª Carta, lo que había recibido de la tradición: que en la Última Cena Jesús tomó pan y vino y los dio a sus discípulos, convertidos en su Cuerpo y su Sangre. Al mismo tiempo les mandó hacer ellos otro tanto, en memoria suya. Les dijo que, cada vez que lo hicieran, anunciarían su muerte, hasta que tuviera lugar su vuelta gloriosa.

San Lucas da testimonio de la multiplicación de cinco panes y dos peces, para dar de comer a más de cinco mil personas. Ya estaba anunciado en las Sagradas Escrituras que comerían y se saciarían, y que incluso había de sobrar. Ellos comieron y se saciaron, y recogieron doce cestos de sobras. Lo que hizo Jesús ha sido solo un signo, para anunciar ese otro pan que sacia el espíritu, y que es su propio Cuerpo, vida para el hombre.

José Fernández Lago