Undécimo día de confinamiento. Viernes de Cuaresma. Desde luego en casa nos abstendremos de comer carne. Pero, seamos sinceros, eso no supone hoy en día ningún sacrificio para los millones de cristianos que vivimos en la riqueza y por lo tanto estamos bien mantenidos. Un día de abstinencia puede tomarse incluso como una magnífica oportunidad para hacer dieta, pero guardando las apariencias. Por eso el papa Francisco nos proponía este año una serie de sacrificios reales que vayan al espíritu de la Cuaresma y no se queden en una letra tan fácil de cumplir que niega la radicalidad del Evangelio.
Un amigo sacerdote, uno de esos presbíteros que te remueven la conciencia en cada homilía dominical, suele decir que Dios siempre nos pide un poco más. Es el nuestro un Dios exigente, que pretende cosechar donde no sembró y recoger donde no esparció (Mt 25,24). ¡Qué le vamos a hacer! Lo tomas o lo dejas. Yahvé no es un Dios para melifluos y flojeras. Por eso su mensaje cala con más facilidad entre los pobres, más acostumbrados a la dureza de la vida y a las opciones que comprometen la existencia y se adoptan sin red de seguridad. ¡Que se lo digan a los profetas, nuestros maestros en dar excusas que Dios nunca escucha! (Moisés quiso escabullirse argumentando que nunca había sido hombre de palabra fácil, Elías huyó despavorido y se deseó la muerte creyendo que ya no podía dar más de sí, Jeremías se escuda en que es un muchacho que no sabe hablar…). Y Dios, impertérrito, les añade una nueva tarea. Siempre un poco más. Más oración. Pero, sobre todo, más acción, más compromiso con el hermano caído. Como el mismo Jesús, que oró muchísimo, pero actuó también muchísimo. Sin descanso. Hasta la última gota de su preciosa sangre.
Que Dios no nos envíe todo lo que podemos soportar, dice un conocido refrán. Y es cierto. Cuando creemos que ya lo hemos dado todo, cuando nos miramos al espejo y nos decimos “yo ya me he ganado el cielo porque he hecho un montón de cosas a favor de los pobres”, en ese preciso momento comenzamos a pisar los peldaños de la escalera que nos conducen a los dominios de Satanás.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? A que estoy saturado de tanto mensaje new age de auto ayuda para flojeras del estilo: “esto lo vamos a superar”, “todos unidos podremos con el coronavirus”… Ya sabemos que lo vamos a superar. El problema es cómo vamos a salir de esta crisis. ¿Igual que antes o convertidos? Ahora poco podemos hacer aparte de orar. Pero luego me gustaría ver atiborrados de católicos entusiastas los locales de Cáritas, del Cottolengo, de la cocina económica, de los albergues para los sin techo y de un ciento de acciones más, que para eso la Iglesia es muy plural. Me gustaría que los bautizados salgamos de esta crisis con el compromiso de vivir en pobreza evangélica. Convertirse es dejar de vivir en el confort, cuando no en el lujo desencarnado. Convertirse es vivir como Jesús. Estoy convencido de que la Iglesia somos poco atractiva para los jóvenes cuando les hurtamos su esencia, cuando les ofrecemos una opción como cualquier otra. El papa Francisco dejó de ir a Castelgandolfo porque los pobres no tienen vacaciones. Ese es el camino. Si lo puede hacer un anciano, ¿habremos de ser menos nosotros?
Antonio Gutiérrez