Miradas 15

Décimo quinto día de confinamiento. Es una fecha importante porque hoy comienza el período de prórroga (soy pesimista, creo que sólo será el primero y que la realidad nos obligará a repetir). Estamos al inicio de la semana y como todo inicio, es buen momento para hacer planes, para proyectar los objetivos para esta tercera semana en casa.

De momento comencé por apartarme de las redes sociales. Hace tiempo que venía reflexionando sobre la esterilidad y la violencia de los debates que sobre la pandemia del coronavirus se reflejan en ellos. Cada vez que los consulto constato una España dividida en dos bandos que me parecen irreconciliables porque no aprecio el más mínimo ánimo de encuentro en ninguno de ellos. Hay mucha virulencia, creo que bastante odio soterrado y en general poca ecuanimidad. Los críticos recurren a la hemeroteca y rescatan declaraciones de algunos miembros del Ejecutivo de Pedro Sánchez que en las actuales circunstancias se vuelven contra ellos con la contundencia de un obús. Los partidarios del Gobierno defienden su gestión sin fisuras, no aprecian errores y, en general, culpan a la oposición de la tragedia que nos asola. Ambos bandos se mantienen encastillados y, entre ataques mutuos, algunos siempre encuentran un momento para meter a la Iglesia entre los culpables de la situación. Al parecer la Iglesia tenemos todo el dinero de España y si se aplicase una nueva desamortización la sanidad pública tendría una UCI por habitante y los hospitalizados comerían caviar. O poco menos. ¿Cómo puede tener audiencia un discurso tan demagógico?

Así que me decidí a aprovechar este tiempo privilegiado para elaborar un nuevo proyecto personal que me permita vivir con paz la tragedia, el encierro forzoso y los indignantes ataques a mi Iglesia. El primer punto ha sido desconectarme de las redes sociales. Una decisión que no sólo me agradecerá mi hígado, sino también ni nivel cultural, porque el tiempo que se dedica a mirar una pantallita es enorme a lo largo del día.

El primer punto es el compromiso de dedicar más y mejor tiempo a la oración. A la personal y a la comunitaria que se nos propone estos días desde tantos ámbitos. Y en la misma medida, releer la Palabra de Dios. Y hacerlo con el corazón abierto. Ambas acciones, la oración y la lectura de la Palabra, tienen que tener un reflejo en mi vida, tienen que provocar un movimiento de conversión, aunque sea mínimo. Resuenan las palabras del apóstol de los gentiles: “la caridad no acaba nunca”. Y temo que a mí se me está agotando.

Antonio Gutiérrez