Vigésimo noveno día de confinamiento. Este lunes de Pascua resuena con fuerza imparable el grito más jubiloso que un cristiano puede proferir: Cristo vive, ¡Aleluya! Y seguirá llenando nuestros pulmones durante toda la semana y alimentando nuestra esperanza los próximos doce meses.
Este año nuestra Pascua fue especial por razones obvias. Desde hace más de veinticinco años mi mujer y yo celebramos el triduo en comunidad. Primero fue en la Pascua juvenil que organizaba en Mondoñedo el rector de su seminario. Allí bautizamos en una memorable Vigilia a una de nuestras hijas y allí quedó asentada a pesar de que vivíamos a pesar de los más de ciento cincuenta quilómetros que hay entre las dos ciudades.
Luego nos sumamos a la Pascua juvenil que celebraban los franciscanos en su convento de Canedo, en Ponteareas. Fueron años de vértigo. Pero como a todas estas experiencias, le llegó su final el día que sólo se inscribió un joven. Aceptamos el fracaso y decidimos renovarnos. Así nació la Pascua Familiar Interfranciscana. Una de las pocas si no la única Pascua de estas características que se celebran en España. Es una realidad vigorosa en la que participamos abuelos, padres, hijos y nietos, cada grupo con sus catequesis específicas y sus materiales cuidadosamente preparados. Cada año con un lema genérico y uno propio para cada día. Desde el jueves al domingo de Resurrección.
Este año teníamos todo preparado para encontrarnos una vez más en el entrañable convento. La pandemia truncó nuestro sueño. Pero la tecnología vino en nuestro auxilio, de modo que durante todos estos días pudimos celebrar la muerte y la resurrección gloriosa de nuestro Señor a través de una pantalla de ordenador. ¡Qué extraños son a veces los designios de Dios! La fe de la comunidad, de la fraternidad, tuvimos que celebrarla en la soledad de nuestros hogares. Pero en el fondo ha sido muy coherente porque, como la fe, nuestra celebración se caracterizó por una “soledad acompañada”. Oramos, debatimos, aprendimos y celebramos en una verdadera comunidad a pesar de que no pudimos darnos la paz con un abrazo y no pudimos comulgar el cuerpo de Cristo. Pero Dios estuvo en medio de nosotros, animándonos, acompañándonos, certificando nuestro ser comunitario con la misma fuerza de siempre.
Solemos acompañar nuestras catequesis con películas. Este año recuperamos el toque clásico y visionamos Ordet, la palabra, de Carl Theodor Dreyer. Una maravilla que pueden ver en castellano o en versión original en este enlace: https://zoowoman.website/wp/movies/ordet-la-palabra/. Háganse un favor y si no la conocen véanla. Es tal vez la mejor película de la historia sobre la cuestión de la fe.
En el recuerdo nos queda también la visión del musical 33, que tan generosamente se puso a disposición de todos. Los “pascueros” quedamos impresionados y maravillados. Y eso que no soy de musicales. Es un espectáculo con ritmo, con sentido del humor, que transmite con originalidad y fidelidad el mensaje de Jesús. Apto para todos los públicos y muy recomendable. Todavía se puede ver gratis aquí. Aprovechen esta noche: https://www.youtube.com/watch?v=uUETl82J9O8&feature=emb_err_watch_on_yt
Cristo vive. Ha resucitado. Y nos envía al mundo a trabajar en favor de nuestros hermanos. Su Resurrección nos empuja a la misión. Como los discípulos de Emaús, el viernes éramos seres abatidos, en dimisión. Hoy somos hijos de la Luz, en misión.
Antonio Gutiérrez