Pensamiento del día (13 de abril)

Era como un gallo que creía que el sol había salido para oírle cantar
(GEORGE ELIOT)

 

Una historia curiosa la de la escritora británica Mary Anne Evans que empezó a publicar sus escritos eligiendo el pseudónimo masculino de George Eliot para asegurarse que su obra fuera tomada en consideración.

¡Hasta donde llegaba la superioridad del hombre sobre la mujer…!

Ya no nos sorprende leer los textos antiguos de casi todas las religiones, cuando encontramos frases machistas hoy en día impronunciables. Pasaba incluso entre los judíos, nuestros antepasados, pues los hombres en el rezo de la mañana tenían que abrir el día con esa expresión: “Bendito eres tú, nuestro Dios, rey del universo, que no me has hecho mujer”.

 

La frase sarcástica de Eliot habla del riesgo del orgullo exagerado y del exceso de autoestima, a través de la expresiva imagen del gallo, cuyos atributos más conocidos son la vanidad y un desarrollado sentido de la superioridad. Es un pinchazo dirigido a un personaje egocéntrico, parecido a un gallo que lanza su grito hacia el cielo, seguro de que el sol se levanta por escuchar su canto.

 

Por curiosidad eché un vistazo al diccionario de la Real Academia de la lengua española que me sorprende cada día más por su finura y elegancia; quería averiguar si también en español, como en mi lengua, los matices de la soberbia son tan abundantes y me encontré con una riada de facetas interesantes: orgullo, jactancia, vanagloria, chulería, inmodestia, fanfarronería, engreimiento, altivez, arrogancia, altanería, vanidad, prosopopeya…porque, evidentemente, se trata de una ‘enfermedad’ que presenta varios síntomas. Me llamó la atención encontrar entre los sinónimos de soberbia y vanidad el término “galleo”, del verbo gallear…

Y también ‘ir de gallito’ en el lenguaje popular tiene ese significado.

 

Eliot subraya un aspecto preciso de la vanidad: su revelarse, a menudo, ridícula y, por eso, patética, porque los vanagloriosos corren el riesgo de caer en situaciones cómicas y dan verdadera pena.

Todos hemos conocido en nuestra vida hombres y mujeres, incluso geniales, que no se resisten ante esta tentación de pavonearse y si no los alabas tú, proveen ellos por sí y se autocelebran con consecuencias incómodas de las que no se dan cuenta: políticos, catedráticos, líderes,

militares y algún eclesiástico también…

Me acuerdo de un compañero sacerdote, muy bueno y simpático: toparse con él por la calle supone someterse a un ritual descontado, pues empieza a enumerar todo su quehacer: “Fabio, voy rápido que tengo una charla allá, luego a la vuelta debo hablar por la radio; tarde noche voy a predicar a las monjas y debo terminar un artículo para el periódico. La próxima semana un grupo de sacerdotes me pidió darles ejercicios espirituales y me estoy preparando para una entrevista en la televisión…”. Un auténtico atropello.

 

No nos olvidemos que la soberbia es considerada en el catecismo el primero de los pecados capitales, raíz de todos los demás pecados.

Habrá que volver a educar y educarse en la modestia, espléndido fruto de la humildad, que supone ante todo moderación como dice la palabra, es decir una opinión moderada de sí que impone sencillez y discreción.

Contra la tentación de pavonearse.

Cayeron en ella grandes personajes, por ejemplo Cicerón que, sin percibir lo ridículo de su expresión, llegó a escribir: “O fortunatam natam me consule Romam”. Dichosa tú, Roma, nacida bajo mi consulado…

Posiblemente no tendría un gran conocimiento de sí mismo: los que se conocen un poco son inevitablemente modestos.

 

a cargo del padre Fabio, párroco de Arca y Arzúa