Miradas 40

Cuadragésimo día de confinamiento. Cumplimos cuarenta días sin poder salir de casa más que para actividades esenciales. Ya hemos cubierto la cuarentena, una cifra con reminiscencias bíblicas tan hondas que resulta imposible no establecer el pertinente paralelismo.

Ciertamente esta pandemia es una prueba, y una prueba muy dura que dejará huella en nuestra memoria histórica. Está siendo una travesía en el desierto que nos debería purificar como al pueblo de Israel. De esta experiencia deberíamos salir más sabios, más tolerantes, más bondadosos, más capaces de acoger a los hermanos necesitados, más comprometidos en la lucha por la justicia y la erradicación de la pobreza.

Vivimos nuestro particular éxodo, aunque tiene notables diferencias con el que caminaron nuestros padres. No nos dirige un Moisés con comunicación directa con Dios, un profeta capaz de ver más allá de los egoísmos personales o los de su tribu (en este caso los intereses electoralistas de su partido político). ¡Qué más quisiéramos!

No huimos de un faraón cegado por la crueldad y unas ansias inextinguibles de humillar al pueblo. No nos fugamos de los trabajos extenuantes; es más, muchos de nosotros ansiamos volver a ocupar nuestros puestos y garantizar así el pan de cada día a nuestras familias. No huimos de los latigazos ni de jornadas interminables y extenuantes. No al menos la inmensa mayoría de nosotros. Los más tampoco huimos de la falta de alimento, ni del sacrificio de nuestros niños. En realidad, nos hacen falta muchos más niños, porque uno de los problemas más graves de esta cultura de la opulencia es precisamente su baja natalidad, su miedo al compromiso decidido.

No nos libraremos de la plaga exterminadora untando de sangre las dos jambas y el dintel de nuestra casa, aunque sí quedándonos dentro de ella hasta que pase este satán de la muerte que empezó exterminando ancianos y ya no conoce límites de edad, condición social o estado de salud. Ya no hay seguridades.

Como el pueblo de Israel en el Sinaí, también a nosotros nos asaltan las tentaciones. Ellos querían volver a la esclavitud por un plato de comida. Temo que nosotros ansiamos regresar a los tiempos felices para incurrir en los mismos desmanes contra la naturaleza, en la misma orgía consumista que condena al hambre a las dos terceras partes de la Humanidad, al carpe diem frente al compromiso por la igualdad y la dignidad de los empobrecidos. Disculpen si sueno catastrofista, pero el cuerpo no me acepta más discursos buenistas.

Llevamos cuarenta días subiendo y bajando dunas, golpeados por las cifras de muertos e infectados, vapuleados por debates estériles y maniqueos en los que no consigo ver un átomo de pensamiento pausado. Mucho menos de auto crítica, primer paso para aprender algo de cualquier crisis. Llevamos cuarenta días confinados. No nos dirige Moisés. Sólo le pido a Dios que nos permita entrar en la tierra prometida. Pero a todos. No sólo a los privilegiados de siempre.

Antonio Gutiérrez