Tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, prosperó el análisis sociológico, con el fin de estudiar la conducta humana sometida a circunstancias extremas. En la Universidad de Yale, el psicólogo Stanley Milgram ideó un famoso experimento para saber hasta qué punto el ser humano acata órdenes, aunque contradigan los principios morales.
El voluntario que se ofrecía, debía realizar unas preguntas a un sujeto. Si éste erraba la respuesta, recibiría una pequeña descarga eléctrica, administrada por el propio participante. Cada fallo, hacía aumentar la intensidad de la descarga siguiente. Ante las dudas de conciencia, un encargado animaba a terminar la prueba: “es necesario”; “debe hacerse”…
Se apreció, con gran sorpresa, que el 65% de los participantes llegaron hasta el final en la aplicación de aquel castigo ficticio, porque la descarga era simulada. Poquísimos se negaron a llevarlo a cabo. Estos tiempos muestran que caminar contra corriente no resulta sencillo. Parece mejor dejarse llevar; no quedar mal o como un extraño; consentir; callar…
Lo fácil es camuflarse y heroico hacer lo correcto. Pasar desapercibido está bien; pero con el silencio de los buenos, crece la cizaña.
Manuel Ángel Blanco
(Cope, 4 de mayo 2018)