La distancia entre el Sol y la Tierra es de 149.600.000 kilómetros. Si la luz viaja por el espacio a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, se calcula que tarda 498,7 segundos en recorrer semejante trecho; es decir, poco más de 8 minutos. Me gusta pensar que Jesús ya ha venido, no sólo hace 2000 y pico años a Belén, sino que ha vuelto, pero aún habitamos ese margen de tiempo en el que todavía no llega su Esplendor.
La Navidad nos demuestra algo importante: encuentre lo que encuentre la sonda espacial Voyager 2, no estamos solos en el espacio. Tal vez resulte más incómodo para el ser humano tener noticias de Dios que de flamantes extraterrestres. Puede que prefiramos el sofisticado “glamour” de unos marcianos a la confrontación de vida que plantea un Jesús de Nazaret. Pero nada tan reponedor como saber que el mundo se apoya en roca firme.
Y terminando de ponernos estupendos, un recordatorio para la Nochebuena de 1914, junto a Flandes. La Primera Guerra Mundial se detiene ante una tregua inesperada. Los soldados de ambos bandos salen de las trincheras buscando una victoria distinta a la de las armas. Abetos, adornos con alambres de espino, regalos, villancicos, fútbol, ajedrez, naipes, fotos compartidas y un aperitivo precario pero entrañable…
Los hermanamientos en esta tierra son tan necesarios como fugaces, merced a la frágil condición humana. Pero sólo de esa paz, fruto del amor, brota la verdadera alegría. En la galaxia no existe nada más cercano.
Manuel Ángel Blanco
(Cope, 14 de diciembre 2018)