Noa Pothven. El pasado domingo, 2 de junio de 2019 fallecía esta joven holandesa de 17 años. Debió percibir un panorama insoportable en su cuerpo y en su mente: estrés postraumático tras varias violaciones, anorexia, depresión… ¿Cómo se sale de eso? Al parecer, no encontró escapatoria. Se agarró a lo único que ella consideró liberador en aquel momento: la “atención médica especializada” (entre “”) de una clínica privada neerlandesa, para someterse a un suicidio asistido.
¿Quién la hubiese ayudado de otro modo? ¿Dónde? ¿Hubiera habido alternativa? ¿Cómo encontrar una verdadera amistad? ¿Dónde hallar un auténtico especialista? ¿Dónde paliar sus terribles secuelas? ¿Cómo cuidarla para que viviese un poco más? Un reino para quien lograse dibujarle una sonrisa, sin recurrir a la promesa de paz del camposanto.
Este miércoles, el Papa Francisco condensó en un tuit el llanto de su corazón: “la eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta que hemos de dar es no abandonar nunca a quien sufre; no rendirnos, sino cuidar y amar a las personas para devolverles la esperanza.” Esta alternativa resulta más difícil que apretar un fatídico y rápido botón; pero armoniza mejor con la condición humana que hemos recibido.
Manuel Ángel Blanco
(Cope, 7 de junio 2019)