Mons. Julián Barrio: “Santiago ofrece el inmenso regalo de la gran perdonanza”

  • Julián Barrio Barrio es arzobispo de Santiago de Compostela desde 1996; antes había sido obispo auxiliar. Zamorano de nacimiento, a Santiago ha dedicado desde entonces su esfuerzo y su cariñosa atención. En conversación con Omnes repasa el actual Jubileo. Subraya las gracias espirituales que aguardan al peregrino en Compostela, el nuevo esplendor de la catedral tras la restauración y hace un balance de su etapa como pastor de la archidiócesis gallega.

La impresión que transmite don Julián Barrio es de afecto, aun siendo de carácter reservado. En esta ocasión expresa abiertamente su contento ante las perspectivas del año santo 2021-2022, en la última fase de su responsabilidad como arzobispo, y naturalmente ante la posibilidad de una visita del Santo Padre a Santiago durante este jubileo.

Parece que el número de peregrinos a Santiago se recuperará durante el Año jubilar. ¿Qué expectativas tiene la archidiócesis?

—Ciertamente, tras el fin del estado de alarma, y con el avance de la campaña de vacunación, es previsible que haya un incremento en el número de peregrinos. Hasta ahora, en lo que llevamos de año, las cifras son muy inferiores no sólo a anteriores Años Jubilares, sino a años normales, en los que ya en primavera era notable la presencia de peregrinos. En cualquier caso somos conscientes de que esta situación nos está interpelando también a los diocesanos, para que sepamos implicarnos en esa peregrinación interior de conversión del corazón, que nos va a facilitar la acogida de los peregrinos, sobre todo avanzado este verano y el año 2022.

El Camino de Santiago es una herencia cultural y una realidad en crecimiento. En otros lugares incluso han descubierto el fenómeno del “camino”, y han impulsado sus propios “caminos”. ¿Qué hay en este “caminar”?

—Ante todo es una realidad espiritual. Sin esa dimensión de fe, de manifestación exterior del afán de encontrarse con Cristo a través de la peregrinación al sepulcro del Apóstol Santiago, el Camino sería una realidad inerte.

En la Carta Pastoral en la que convocaba el Año Santo, “Sal de tu tierra: el Apóstol Santiago te espera”, indicaba que nuestra cultura occidental no puede tirar por la borda como un fardo anticuado su tradición religiosa. Cierto que esta tradición no posee ni mucho menos el monopolio de los valores. Sin embargo, los fortalece con un fundamento incondicional, más allá de circunstancias culturales y acuerdos políticos.

Nuestras sociedades necesitan, junto a sus propias instituciones, de una savia que vehicule esos valores para nuestros ciudadanos, los legitime con raíces profundas y trascendentes, y los promueva como incondicionales más allá de nuestros frágiles consensos. El Camino de Santiago es búsqueda y encuentro.

En este Año Jubilar tras la pandemia, ¿qué puede ofrecer Santiago a los peregrinos que se ponen en marcha por un motivo de fe?

—Sobre todo, las gracias jubilares, el inmenso regalo de eso que se ha dado en llamar la “gran perdonanza”. El don del perdón y de la misericordia aguarda en la Casa del Señor Santiago, que nos presenta al Salvador, al Cristo Resucitado.

Llegar ante el sepulcro de Santiago no es únicamente resultado de un esfuerzo físico notable, sino del deseo de encontrarse consigo mismo, con los demás y con Dios. Para el cristiano, la fe es luz para la libertad. No es ningún atajo ni evita que seamos nosotros los que tengamos que caminar. Pero eso sí, la fe nos impulsa a la aventura más arriesgada de la vida: hacerla fructificar allí donde estamos y en las circunstancias que tenemos. Es como el antídoto a las falsas seguridades humanas: nos confiamos en las manos de Quien todo lo puede.

Para los demás peregrinos que se mueven por motivos “espirituales” no religiosos, o que carecen de una motivación específica, ¿qué puede significar la experiencia del Camino y del Jubileo?

—Pues precisamente eso: mostrar ese rostro cercano, humano por divino, de la Iglesia, que desde la Edad Media a través de los hospitales del Camino, mediante sus albergues de acogida y templos, ha creado un entorno de protección ecológica para el hombre, para la persona humana en cualquiera estado en que se halle.

Si el Camino de Santiago acoge a todos los que presienten la voz de Dios, aunque muchas veces no sean conscientes de ello, como he dicho en alguna otra ocasión, tras la experiencia dolorosa de la pandemia, este Camino de conversión está abierto a todos –“Dios no hace distinción de personas”-, no tiene restricciones ni cierres perimetrales ni tiene un numerus clausus. Todo lo contrario, uno de sus valores permanentes estriba en que ofrece la posibilidad de que el peregrino se ponga en contacto con Dios, incluso para quienes todavía no han descubierto la fe cristiana. Esto tiene un especial valor en nuestro tiempo en el que muchas personas todavía sienten la Iglesia lejana.

La atención pastoral en el Camino sigue siendo un reto para las diócesis. ¿Qué echa de menos en la atención que se presta a los caminantes, para facilitarles el encuentro con Dios?

—Tengo que decir en este sentido que en los últimos años se ha realizado un gran esfuerzo. La puesta en marcha a lo largo de la ruta de peregrinación del programa de acogida cristiana en el camino es todo un hito. La diferencia es notable y así me lo hacen saber los peregrinos con los que tengo ocasión de hablar cuando llegan a Santiago. Aquí, al final del Camino hemos tenido la oportunidad de reunirnos ya varias veces.

Cada vez hay más gente voluntaria que se ofrece para recibir y acompañar a los peregrinos. Muchos de los jóvenes que pertenecen a nuestra Delegación de Infancia y Juventud hacen todos los veranos acompañamiento: invitan a los peregrinos a rezar, a cantar, a compartir, a vivir la Eucaristía vespertina.

Pero todo es mejorable, sobre todo la necesidad de tener abiertos el mayor número de templos, ermitas e iglesias a lo largo del Camino. Eso también me lo han comentado los peregrinos: que muchas veces no encuentran abierto un lugar en el que reposar la experiencia del día a día.

Este año la llegada a Santiago tiene un “premio” extraordinario: ver el restaurado Pórtico de la Gloria.

—Efectivamente. Y no solo eso, sino que se puede contemplar la restauración de la Catedral, una obra que ha necesitado años de estudio, de dedicación y de esfuerzo por parte de las muchas partes implicadas en esta tarea.

El día en que se “reabrió”  la Catedral, yo tuve ocasión de decir que estábamos ante un verdadero esplendor de la belleza humana que nos remite a la belleza divina. “Contemplando el Pórtico de la Gloria y viendo el Altar Mayor”, decía, “coronado por tantos ángeles que la restauración nos ha facilitado ver,  puedo decir: ‘He aquí la morada de Dios entre los hombres’, en esta Ciudad del Apóstol, un tiempo llamada la Jerusalén del Occidente”. Y, de verdad, he podido comprobar que para quien contempla nuestra Catedral la pregunta recurrente es de dónde ha podido salir tanta belleza, refiriéndose a tantos esfuerzos, tanta precisión, tantos detalles. Haber recuperado la policromía del Pórtico nos da la pista de cómo debió funcionar catequéticamente la obra del Maestro Mateo en su tiempo.

¿Está terminada la restauración del resto de la catedral?

—No. La obra no está terminada del todo. Aún se está trabajando en distintos aspectos, en algunas cubiertas, en el claustro. Quedan todavía meses para su finalización. Y sí me gustaría que quedase patente mi agradecimiento a todos cuantos han trabajado para que todo ello sea una realidad: a las administraciones local, autonómica y estatal, así como a entidades privadas que apostaron por este auténtico rejuvenecimiento de nuestra Iglesia madre.

Todo en la catedral habla al visitante como una catequesis. Para este año, ¿han puesto en marcha medios para acercar a los visitantes a la enseñanza que contiene?

—Hemos preparado guías para la peregrinación, para que los grupos que se acerquen a Santiago puedan realizar en cada etapa una reflexión serena, pausada, de su caminar en la fe al sepulcro del Apóstol.

A la dimensión espiritual se une la cultural y artística. Hemos puesto en marcha una página web específica para el Año Santo (https://anosantocompostelano.org/), en la que hay desde testimonios de peregrinos hasta enlaces con la página web de la Catedral, en la que se encuentran alojados documentos escritos y gráficos sobre el valor patrimonial de nuestro gran templo, que sigue siendo Casa de Peregrinos sobre todo, por encima de cualquier consideración museística.

La extensión de este Jubileo a dos años (2021-2022) es excepcional. Es probable que suponga una oportunidad especial precisamente en este momento:

—Es un regalo del papa Francisco. Realmente no son dos años santos, sino un Año Santo prolongado. Es una auténtica oportunidad para, saliendo de nosotros mismos, poniéndonos a caminar, reflexionemos sobre nuestra situación personal y comunitaria. La pandemia parece haberlo trastocado todo, haber afectado a nuestras seguridades, limitado nuestras expectativas. Pero acaso sea el mejor momento para leer en clave de fe la realidad dura que nos ha tocado vivir. Una lectura creyente de esta evidencia nos ha de llevar a vivir con la confianza plena en Dios, en su providencia y en la esperanza. Atentos a los signos de los tiempos, el coronavirus, los fallecimientos, el dolor de las víctimas, la crisis social, sanitaria y económica, los cristianos tenemos que  ofrecer lo que tenemos: tiempo, acogida, disponibilidad y gestos concretos de solidaridad y caridad con los más necesitados.

En la archidiócesis de Santiago no todo es el Camino. ¿Qué otros aspectos destacan hoy entre los intereses de su arzobispo?

—Llevo tiempo diciendo, y sobre todo a raíz de nuestro reciente Sínodo Diocesano, que nuestra Iglesia diocesana –y creo que en general toda la Iglesia- tiene que seguir avanzando en la conciencia de la identidad y la misión del laico, reconociendo la indispensable aportación  de la mujer. Acompaño y me siento acompañado por los jóvenes, que también están haciendo su particular Sínodo, porque veo que no es fácil que encuentren respuestas a sus problemáticas y heridas, incluso a su futuro laboral. De manera especial ellos han de calzar las sandalias de la esperanza.

Por otra parte, a nadie se le escapa que una preocupación especial es la elevada edad de nuestros sacerdotes y la escasez de vocaciones. Por eso necesitamos padres y madres que abran los ojos de sus hijos a la inteligencia espiritual, una capacitación que después posibilite la acogida del don de la fe en el Dios encarnado en Jesucristo.

Usted llegó aquí hace ya algunos años, en 1993, y este año celebrará su 75 cumpleaños. ¿Qué aprecia más en la archidiócesis de Santiago?

—No sería la persona que soy sin estos años, ya largos, en la tierra del Apóstol Santiago. Mi tarea como pastor se ha desarrollado entre las gentes de Galicia que me han enseñado a amar a Dios con la humildad y la sencillez que ellos mismos practican. La fe recia que los gallegos han sabido transmitir de generación en generación es un valor de mérito incalculable. He vivido con ellos momentos duros, como el accidente del Alvia o las tragedias en la mar y he apreciado la calidad humana de todos ellos, su disponibilidad, su fortaleza. He aprendido muchos de los sacerdotes, de su entrega, de su dedicación  y del buen hacer de la Vida Consagrada.

Usted es zamorano, pero es indudable que se encuentra bien aquí. Pensando en estos años, ¿podría decirnos lo más valioso que ha aprendido en Santiago?

—Lo he dicho en alguna ocasión: Galicia entra en la vida de los que no somos gallegos de nacimiento con delicadeza, con sentidiño, con ese calor de lareira en la que se van cuidando los frutos del otoño. A mí me acogieron con gran cariño: no por mérito mío sino por la benevolencia de ellos y por la generosidad de esta tierra donde “todo es espontáneo en la naturaleza y en donde la mano del hombre cede su puesto a la mano de Dios”, como escribe Rosalía de Castro. ¡Y qué decir de Santiago!: me gustaría decir, con la expresión de Isaías, que “lo llevo tatuado en la palma de mi mano”. Ha sido mi vida como obispo, ha sido mi tarea, ha sido mi dedicación.

Permítame una pregunta “hacia adelante”, a partir de estos años de dedicación a esta archidiócesis. ¿Sobre qué bases considera que se debería continuar trabajando?

—Ciertamente ya no me corresponderá a mí esa decisión en los años venideros, pues como bien sabe usted este 15 de agosto, al cumplir los años establecidos, presentaré mi renuncia al Santo Padre. No sé cuándo la aceptará. Estoy en las manos de Dios. Como lo he estado desde aquel despertar de mi vocación sacerdotal por parte del cura de mi pueblo, Manganeses de la Polvorosa. En todo caso, como dije antes, el reciente Sínodo Diocesano nació y se cerró con vocación de servicio para el futuro.

Tanto san Juan Pablo II como Benedicto XVI estuvieron en Santiago. Al Papa Francisco lo han invitado a venir en el Año Jubilar, y lo mismo han hecho en Ávila y en Manresa para celebraciones de santa Teresa y san Ignacio. ¿Tiene algún dato más?

—Nada me agradaría más que así fuese, que el Santo Padre viniese a Compostela como peregrino. Ojalá podamos tener esa gracia de la visita del papa Francisco. Invitado está. Y no solo por parte de la Iglesia… Sería un maravilloso regalo contar con su presencia y para mí, después de haber tenido la satisfacción de recibir a Benedicto XVI, constituiría otro de esos momentos para agradecer al Señor en mi vida como obispo.

Y precisamente usted ha tenido la ocasión de estar con el propio Papa Francisco en junio, acompañado del presidente del gobierno autonómico de Galicia. ¿Cree que está más cercana su visita tras esta especial audiencia y su invitación?

-—Yo creo que si las circunstancias son favorables y no hay ningún problema, el Santo Padre podría venir a Santiago. En caso de que venga, el que tiene que anunciarlo es él mismo.

La pandemia es un factor condicionante, eso es clave. Pero yo soy optimista. Si el proceso de vacunación va como hasta ahora, yo espero que a final de año tengamos inmunizada una gran parte de la población, y eso contribuiría a favorecer la posible visita, hacia el verano del año próximo.

Fuente: omnesmag.com