Hasta hace unos días pocas personas habían oído hablar de la sede episcopal de Solsona, o del nombre de su obispo. Desde el 23 de agosto en que se anunció la renuncia del obispo de Solsona por motivos estrictamente personales, y tras un periodo de reflexión, discernimiento y oración esto ha cambiado. Todo el mundo conoce el nombre de este obispado y dispone de un montón de carnaza: en los medios de comunicación generalistas, y en concreto, entre los medios de comunicación que se denominan religiosos, se puede averiguar hasta de qué color le gusta vestir al protagonista.
El traspaso de gestión apostólica se resolvió por el Papa simultáneamente a la renuncia, encargando al Obispo de Vic la administración apostólica de la Sede ¿Por qué entonces esta cascada de mala información?
Hace unos años la Xunta de Galicia hacía un cartel para hacer presente el maltrato femenino que decía: “Se te trata mal, maltrátate”. Hoy, a la vista de noticias como esta, podemos decir “si dices mal, maldices”.
Esta realidad de caer en la maledicencia gratuita, de la que el Papa Francisco habla con frecuencia, sobre todo en ámbitos de grupos religiosos, ha vuelto a suceder, y cada lector, cuando se acerca a este tipo de noticias, está en cierto modo apoyándolas, pues la prensa publica aquello que es de “interés” para sus lectores. El respeto a la intimidad personal en un momento tan complejo debería conducir a rezar en cuanto la noticia fue difundida con tanto respeto, pero a vista de lo sucedido esta reacción corre el peligro de desvanecerse, a medida que las noticias iban siendo menos noticias y más “cotilleo”.
Y la oración no es sólo por aquel que ha renunciado, sino por todo el equipo que le acompañaba, por toda la diócesis y sobre todo para ser capaces de acompañar a nuestros obispos y responsables parroquiales para que no se sientan abandonados. Si “el que no debe ser nombrado” nos hace reflexionar sobre qué pedir a los medios de comunicación, estas “comidillas” no habrán sido en vano.
Majolu