Pensamiento del día (4 de abril)

Si dices lo que quieres, oyes lo que no quieres.
(FILÓN DE ALEJANDRÍA)

Conocido como Filón el Judío, fue un filósofo contemporáneo de Jesús, que intentó conciliar la filosofía griega con el judaísmo.

Su aforismo de hoy nos ayuda a meditar sobre una experiencia común: ¡cuántas personas desechan su propia reputación o pierden a un amigo con tal de no renunciar a una salida fulminante e inoportuna…!

Una vez que una persona o un grupo se sientan heridos por tus palabras tienen la libertad de decirte lo que se les antoje, fuego con fuego.

Puede que te duela, pero es la consecuencia de una pérdida de control.

Los de mi edad venimos de una educación y de una cultura que no tenía como criterio supremo la libertad desenfrenada: lenguaje y acciones tenían que mantenerse entre ciertos límites, bajo pena de castigo.

No hemos crecido en un clima de diálogo franco y directo, ni en casa, ni en la escuela, menos aún en la parroquia o en los ámbitos laborales: había que guardar las formas, frenarse ante un cierto tipo de personas, temer los rangos. El condicionamiento era muy fuerte y, a veces, incluso la obediencia no era una libre y serena aceptación, más bien una resignación obligada, que producía ipocresias. Ante alguna injusticia había que morder el polvo y frente a un reproche violento hacer de tripas corazón. Luego, mucho formalismo falso.

Vino la revolución cultural del ’68 y trajo un aire nuevo, en sí positivo, portador de un nuevo modelo de relaciones, más libres, directas, desembarazadas. Pero trajo consigo también una serie de falsos mitos, como el mito de evitar los complejos y todo condicionamiento externo, cada uno que diga y que haga lo que desencadenadamente siente y tal como lo siente, exaltando el desahogo total de las reacciones primarias.

Yo comparto la condena radical de la ipocresia y el formalismo, pero debemos meditar mucho sobre el tema del dominio de sí, que no es una cadena, sino una forma de seguridad, una garantía de salud.

Como cuando compras un coche nuevo y te enseñan el equipamiento, mientras lo más importante de un coche es su sistema frenante, el resto es secundario. Parece mentira: lo que más se opone al concepto de movimiento es el freno y, sin embargo, cualquier coche si quiere ser útil y no llevar a la muerte segura necesita frenos que funcionen, y bien…

Desde el corazón y desde la boca no sale sólo la verdad, salen también intenciones obscuras, sentimientos agresivos, palabras despiadadas, instintos bestiales, pulsiones feroces, alusiones groseras, ambiguedades.

Es de sabios sopesar palabras y gestos, ponderar la reacción ante un ataque, midiendo los posibles efectos colaterales de nuestras manifestaciones.

Entre creyentes yo no hablaría simplemente de self-control, tan típico del mundo anglófono y ahora extendido a todas las culturas, sino de sabiduría que viene de la fe. Curiosamente, cuando san Pablo en la maravillosa carta a los Gálatas enumera los nueve frutos del Espíritu Santo, pone en el fondo del listado el dominio de sí: es decir que el autocontrol no es meramente el resultado de un esfuerzo personal, cuya duración depende de la presión externa -aguantas la primera bofetada, la segunda, la tercera, pero a la cuarta ya explotas- sino que es fruto del trabajo que realiza en tí el Espíritu Santo, si tu colaboras…

En el catalogo de las virtudes, desde siempre, está el freno de la lengua.

Filón de Alejandría añade: cuidado, tu palabra imprudente, una vez que salga empieza un recorrido que no va a ser inocuo, ni siquiera para ti.

a cargo del padre Fabio, párroco de Arca y Arzúa