Pensamiento diario (21 de marzo)

¡Cuántas estupideces se escriben! ¡Cuántas estupideces se piensan!
¿Qué vamos a hacer con tantas estupideces?
No es que podamos simplemente tragarlas y olvidarlas…
(Elias Canetti)

 

Confieso que una de mis pasiones es el tema del Holocausto, el esterminio de los judíos por parte de los nazis. Siempre sentí especial afecto hacia el pueblo afortunadisimo y desgraciado de la tierra de Israel.

Elias Canetti era judío de origen y búlgaro de nacimiento, pero escribió mucho en alemán. Cuando le entregaron el Nobel de Literatura, en 1981, lo motivaron también por su estudio sobre la brutalidad de los nazis y de las dictaduras en general.

Entre otras obras me encantan sus Apuntes: se trata de notas breves y rápidas en forma de aforismos, la sabiduria de una vida.

Hoy he elegido uno de sus apuntes, sobre las estupideces, pensadas, dichas, escritas, publicadas. Una riada. Periódicos, libros, espectáculos.

A veces charlas, lecciones, homilías.

Banalidades en las palabras, en los gestos, en las posturas, en las modas.

Ningun siglo, como el pasado, ha combatido más duramente contra todo tipo de ideología, lógicamente. Pero…¿el resultado? Al fin reinventamos la rueda, vendiéndonos a las obviedades y a los lugares comunes.

A veces temo que esta caída de tono pueda provocar nuevas ideologías…

Tarde o temprano se nota, lo percibimos el peso de este engullir tonterías y no podemos sencillamente “tragar y olvidar”, porque las bobadas, como la grosería y la vulgaridad, poco a poco nos contaminan el alma y la mente y nos transforman. Hay una fuerza intrínseca en las estupideces que no podemos subestimar; entra en la persona y echa raíces.

Sería ingenuo creerse vacunados e inmunes.

Conozco gente de calidad que, acostumbrada a vivir en ambientes de banalidades, ha quedado contagiada.

Hojalá los estupidos fueran capaces sólo de males pequeños y circulasen sólo en ciertos programas, es que se sientan también en los escaños elevados, con cargos de responsabilidad. A menudo, luego, combinan la grosería con cuatro principios indiscutibles y diabólicos: tener siempre razón, abrirse paso, no tener dudas, pisar todo.

Un remedio posible para salvarse me parece la sobriedad, ese estilo de vida que sabe huir cuando el nivel se rebaja, el ejercicio moral que sabe frenar y frenarse, el examen de concencia antes de clausurar un día.

Como antídoto para la estupidez: yo cultivaría el gusto, la finura, la delicadeza, las formas más suaves y elegantes, el trato modesto, rechazando la chabajanería, seas lo que seas, estés con quien estés.

 

a cargo del padre Fabio, párroco de Arca y Arzúa