Del 12 al 16 de septiembre personas de las parroquias a cargo del Padre Sánchez hemos tenido ocasión de recorrer una ruta mariana desde la capilla de Nuestra Señora de Lourdes hasta Santa María do Cebreiro, pasando por Covadonga, Loyola, Lourdes, Zaragoza, Burgos y León. En esta ruta el punto culminante era la visita al santuario de Lourdes.
La transmisión de la fe, en mi caso, está vinculada a las mujeres que me han precedido, y especialmente a mi abuela materna, y madrina de bautismo y confirmación, que procedía de un pueblo cercano al Santuario. Mirando hacia atrás, puedo ver que conocí a los santos españoles en el colegio y el catecismo, pero la abuela me hablaba de Bernadett, Michel Garikoitz, el cura de Ars, santa Teresita de Lisieux, de San Nicolás obispo, y de algún otro santo francés escondido en la memoria.
Algunos de los detalles que contaba ella, sobre todo de los dos primeros santos citados eran aspectos cotidianos y muy humanos, que hoy pienso que fueron transmitidos por gente que había convivido con estos santos y que corrían por la zona de boca en boca. Y, aunque la mayoría de las anécdotas concretas las he olvidado, lo que si pervive es la sensación de que eran personas humanas normales y corrientes que eligieron libremente hacer la voluntad de Dios, y practicar el “aquí estoy” que aparece en la Biblia como respuesta de los patriarcas y profetas a la llamada de Dios.
El viaje me permitió vivir todo esto con mi marido, que generosamente decidió acompañarme. También pude convivir con vecinos de otras parroquias que no conocía (a pesar de algún bastón nunca he visto un grupo más puntual), pude disfrutar de paisajes que vale la pena preservar (los Pirineos por carretera secundaria tienen mucho encanto), y el santuario de Lourdes me permitió tener presente que no hace falta ser extraordinario para poder vivir de forma extraordinaria.
Si quisiera resumir el viaje me quedo con las diversas imágenes que en los distintos santuarios representaban a María con Jesús en su brazo y el pecho descubierto ofreciéndonos a todos el alimento que es su hijo y su propia leche que es el alimento de los que no estamos preparados para comer como un adulto. Y con las imágenes de la resurección de Jesús que tanto nos cuesta representar a los cristianos.
Me siento muy agradecida; gracias a todos los feligreses de Lestedo que compartieron su estandarte de Lourdes con todo el grupo, y al Padre Sánchez que se encargó de organizar el viaje y de estar pendiente de cada uno de nosotros hasta el mínimo detalle. Gracias también a Gustavo, que no perdió la calma ni ante los aguaceros que le cegaron, ni ante las necesidades fisiológicas de tanto mayor, ni ante tantas horas de viaje.
Toca ahora hacer uso de toda la energía y felicidad acumulada.
María Puy