En tiempos de Pablo VI, el Papa quiso actualizar las celebraciones eucarísticas. De ese modo quería tener en cuenta a los asistentes a ellas, para que vivieran lo que era Centro y Culmen de la vida cristiana de forma más adecuada a su mente, su corazón y su vida. A partir de entonces, siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el sacerdote pasó a hablar de cara, y no de espalda, a los asistentes a Misa; y se utilizó en ella la lengua vernácula, para que el propio Dios dirigiera su palabra a los presentes en su lengua, y que estos vivieran con profundo sentimiento lo que le decían al Señor, al dirigirse a Él.
Se editaron entonces nuevos misales. Las celebraciones de otros tiempos fueron solo en parte recuperadas por el Papa Benedicto XVI, con el ánimo de acoger a los seguidores de Lefebvre y gente a él asociada, permitiendo que en el antiguo rito se tuvieran algunas celebraciones. En la actualidad, el Papa Francisco prohibió esas celebraciones, a no ser que, por motivos serios, el Obispo de la Diócesis determine un lugar, que no sea parroquia, para tenerlas. A los cristianos se nos ha enseñado a cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios; y también los de la Iglesia, para mejor cumplir los divinos.
Sin embargo, algunas personas que disienten del modo de vivir la fe en el momento presente, ponen al lado de los Mandamientos otras normas que, al decir de ellas, ha recibido una señora por revelación divina, y que deben cumplir sacerdotes y laicos, “ya que si así no lo hicierais seréis malditos de mi Padre celestial”. Eso se está mostrando en las cuatro partes de un folio doblado, del que quienes lo distribuyen mandan hacer siete copias. Se trata de un “panfleto” que no resiste la menor crítica, tanto desde el punto de vista filosófico-teológico como literario, pero que puede hacer mucho mal, pues esas normas, presentadas a la par de los Mandamientos divinos, causan desasosiego a las personas humildes, a la hora de vivir su fe.
José Fernández Lago
Artículo publicado en El Correo Gallego