- Los tres candidatos al diaconado nos ofrecen un breve testimonio en las horas previas a su ordenación
El arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Julián Barrio, presidirá mañana viernes día 30 de julio la solemne Eucaristía en la que serán ordenados diáconos José Antonio Conde Silvoso, Kouassi Anani Martín Kouman y Mario Agustín Pérez Moya. La ceremonia tendrá lugar a partir de las 18:00 horas en la Catedral de Santiago. Horas antes de recibir la ordenación diaconal, los candidatos nos ofrecen un breve testimonio de las horas previas a su ordenación.
José Antonio Conde Silvoso
“No olvido a mis padres por darme una educación cristiana”
En estos días, previos a la ordenación diaconal, don inmerecido, me siento muy contento y alegre. Doy gracias a Dios porque me ha llamado, para servirle, que en eso consiste el ministerio del diaconado. Por supuesto los nervios están a flor de piel, ya que el diaconado es la antesala a la ordenación presbiteral, que es para toda la vida. Ser sacerdote de Jesucristo, en fin, ser sacerdote para siempre. Espero llevar con la ayuda de Dios, muchas almas al cielo. Poder casar, bautizar y predicar la Palabra de Dios, que es lo que sostiene mi vida. No me quiero olvidar de mi madre, la Santísima Virgen Maria, pilar fundamental en mi vocación, ni de mis padres por darme una educación cristiana. ¡Corazón de Jesús, ruega por nosotros!
Kouassi Anani Martín Kouman
“En estos días doy importancia a la preparación espiritual”
La ordenación es un don gratuito experimentado por un hombre por la pura gracia de Dios. Elige al hombre en su gran soberanía para consagrarlo y ponerlo al servicio de la Iglesia y de sus hermanos en la libre donación de sí. Pero siempre requiere un sí y una adecuada preparación del llamado, que debe confiar en el que llama y responder sin miedo.
Por eso, unos días antes de mi ordenación diaconal, doy importancia a la preparación espiritual insistiendo en la participación en la celebración eucarística diaria, en la meditación personal y en la lectura de la Palabra de Dios. A esta preparación espiritual se suma la organización material en total confianza en la providencia de Dios. Con humildad espero que este día cambiará toda mi existencia. Doy gracias al Señor por elegirme entre tantos otros.
Mario Agustín Pérez Moya
“Son días en los que releo mi historia y doy gracias por tanto vivido y recibido”
Con la sencilla alegría de los que saben descubrir en derredor el misterio que envuelve el devenir de las pequeñas cosas de la vida, trato de vivir los días previos a mi ordenación diaconal. Son días en los que releo mi historia y doy gracias por tanto vivido y recibido: mis padres, mis hermanos, mis sobrinos, mi familia, mis amigos, tantas personas y situaciones -aquellas en las que fui feliz y las que me hicieron sufrir…- que han ido conformando quién soy y dónde estoy. Son días para pararse y mirar también hacia adelante… y soñar, imaginar, cantar, pedir la Nueva Humanidad.
Tanto en una como en otra dirección, no puedo sino descubrir en el horizonte, el Amor y la Misericordia que me sostienen hasta hoy. Descubro la conciencia de mi pequeñez y elevo mi plegaria al cielo para cantar con María la grandeza del Señor. Me siento estremecido por lo tremendo y fascinante del asunto. Dios se ha fiado de mí, ha creído en mí, infinitamente más de lo que yo en Él, y me dice: “te basta mi Gracia, mi poder (el amor y la misericordia de tu poder) se perfecciona en la debilidad” (2Cor 12, 9)
Definitivamente uno se da cuenta de que esto de la vocación no funciona mediante una lógica razonable; al menos la mía es hija de la contradicción, de la paradoja, de lo que nos vuelve un poco locos y trastoca nuestros esquemas, cortos de miras casi siempre, para introducirnos en otra clase de lógica mucho más profunda: la sabiduría de la cruz. Y no es que Dios se ría de nosotros, más bien se ríe “en” nosotros y, al actuar en nosotros, él puede hacer muchísimo más de lo que nosotros podemos imaginar, soñar o pedir para nos mismos.
¡Qué ojalá el Señor me conceda responder a su Amor con amor; buscarle, reconocerle y servirle siempre en mis hermanos, sobre todo en los que sufren y en los pobres! ¿Qué otra cosa, sino, querrá decir “vivir como hijos de Dios”? Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, que hemos nacido de Dios, porque nos queremos, tal y como tú, Señor, nos enseñaste. ¿No es eso lo que nos hace realmente seres humanos y auténticos hijos de Dios?